LA EBRIEDAD DE LOS PETALOS
LA EBRIEDAD DELOS PÉTALOS
Por: Alonso Quintín Gutiérrez Rivero
“El lenguaje surge como llegado de otra parte,
de allí donde nadie habla… pero es obra si
habla en dirección de esa ausencia”
Michel Foucault
Lilia inscribe su obra poética en el retablo del
paisaje del alma con el deleite de quien toca lo invisible desde los pliegues
de su sensibilidad. No abandona lo humano y predica la inmortalidad, escapando
a las trivialidades del mundano discurrir de los seres y las cosas. Diríase que
se detiene a pinceladas sobre el asombro humano para otorgarnos el privilegio
de lo divino en versos sutiles bajados de la arquitectura del hacedor de
estrellas.”Hay un verso que deambula/ la fantasía que me habita” (Aire a tres
espacios) En Lilia la poesía discurre por una enredadera inefable de
fragancias, donde lo cotidiano se sumerge en los predios de la eternidad en un
largo estremecimiento de acentos aprendidos en las leyes imperecederas del
conocimiento. Su poesía es para pensar y deleitarse en las travesuras del
sentimiento, “El horizonte/ estará a salvo/ de las verdades lógicas”, nos lo
dice con la misma impavidez de quien mira a través del caleidoscopio de la
conciencia, así debe ser porque “…en cierto modo cada palabra es una
transgresión”, dice con razón Foucault. Ausencia de lo innombrado, lo sutil, lo
glorioso, lo que tenemos que adivinar los lectores a fuerza de consultar los
movimientos interiores, las sacudidas del alma.”El aire devuelve/ el sonido de
un incendio lejano/ el último grito de un corazón mutante”(tomado de “intuición
vegetal”).
A veces el infortunio de una esquela en el viento,
escarcea reflexiones incisivas en su alma atormentada y vestida de soledad
atraviesa la jungla humana en busca de alguna verdad perdida en el “Parque
“Santander”, o en las intrincadas tierras de la Provincia de García Rovira,
donde hace “La Doble travesía”, en busca de unos pasos perdidos en la infancia
de sus días, como queriendo reunir todas sus fuerzas para contar una historia
de la que es imposible liberarse por la fuerza telúrica que estremece su alma.
Lilia descifra los jeroglíficos del alma, auscultado
la ciencia, donde afirma su condición de poeta vitalicia, siempre en busca de
los orígenes de tanto tormento acumulado, pero solo ve la ciudad con sus
palacios de cemento y hombres jugando a soldaditos de plomo en el escenario
inconcebible de la injusticia y la desigualdad. “A hurtadillas por nervios/ de
ciudad/ soy el asfalto que espía/ los secretos”. “Vivo en un cuarto/ ausente de
menciones….con un diamante/ por esculpir/ en el bolcillo” (Tomado de “Límites
fragmentados”).
La poesía de Lilia, perseguida por fragancias
inmortales, asume una posición vertical frente a la vida, en fulminante
evocación de las teorías materialistas, donde se esconden biólogos,
evolucionistas, astrónomos que han hecho avanzar el carruaje de la humanidad,
la voluntad de Kepler, la irreverencia de Carl Sagan y la franqueza de Darwin
“Una especie de niebla que reenvía permanentemente, a la memoria una memoria
sobre la memoria y cada memoria borrando todo recuerdo…”, nos dice Ángel
Gavilondo, de la Universidad Autónoma de Madrid. En la poesía de Lilia se
desliza la simbiosis de la verdad científica, sobre una nueva verdad asida de
la realidad y entretejida con la savia de sus versos: “Antes que la noche/
cubra el valle/ las ramas y los grillos/ ensayan su función/ en el musgo del
río” (Tomado de “Armonía”). “Cuando/ la hoja culmina/ su destino/ atada al
tallo/ se lanza/ a otra dimensión/ de ópalos y de ocres” (“Libertad”).
Los versos de Lilia, otean el paisaje, sin otorgarles
un destino. Simplemente están ahí para verificar la ausencia y la constatación
del imposible. En ella los versos no tocan, acarician, no describen, mencionan.
Ante la imposibilidad de la niebla, dan cuenta remota de la existencia
intangible de las cosas. La niebla es el pretexto para pensar, una evidencia de
la lejanía entre el pensamiento y la palabra.
Lo aparente nos sorprende para fortuna del texto
poético, circuido de soles y amargas decepciones precisamente por la
imposibilidad de nombrar las transgresiones del pensamiento, el estar fuera
“tanto para ver como para ser visto” de Gabilondo. Aquí el verso esconde la
lejanía de lo aparente en un simulacro de verdades sueltas al azar: “Basta el
roce de una hoja/ la caída de un pequeño tallo/ el caminar de un insecto/ y en
el agua aflora/ su emoción antigua”.
La obra poética de Lilia, es producto de un alma en
busca de la belleza interior, de donde surge con la suave evanescencia de los
gladiolos en invierno para entregarnos una poesía hecha travesía en los
terrenos de las contradicciones mundanas.