lunes, 28 de enero de 2013

LILIA GUTIERREZ R. TEXTOS INOLVIDABLES






Publicado Cronopios



Apuntes de ciudad



Por Lilia Gutiérrez Riveros



Con una mañana plena de sol en la espalda, un paraguas en la mano, por si



el tiempo varía en esta ciudad de todas las primaveras del mundo y un papel



de diligencia por resolver en la revista El Búho, que recientemente me envió



su Director Omar Ospina, salgo a cumplir una diligencia ciudadana. El papel



señala el artículo que aún leo La captura de lo sagrado, de Cristóbal Zapata.



Con la revista, llego al centro de la Bogotá de siempre que acoge a todos los



andantes. Apenas suelto mis pasos en la acera del Museo del Oro, ahí en



plena carrera 7ª con Jiménez donde los transeúntes asumen la orientación de



sus preocupaciones, de sus afanes y de sus alegrías, camino entre los pasos



alquilados, llego al parque Santander porque llevo también el afán de cumplir



Entro en ese espacio de sorpresas y allí una Feria del Libro, de mesas y



estantes donde se cruzan colecciones antiguas, medianas, revistas periódicos,



estantes que ofrecen panelitas, obleas, bocadillos veleños, cuanto dulce



amoroso se produce en Colombia y una serie de artesanías, entre collares,



mochilas tejidas, bufandas, atrapasueños y toda suerte de curiosidades y



luego, escuchar las flautas y la quena como surgiendo de la fuente para



conquistar los oídos y los rostros, que siguen el ritmo con sus pasos.



Y me voy adentrando entre los volúmenes que muestran haber sido trajinados



y leídos por algunos viajeros que quizá estén en otra órbita del tiempo, quizá



inmiscuidos en otros volúmenes donde ojalá encuentren tesoros parecidos a



los que ofrece esta mitad de mañana plena de sol y regocijo entre los libros.



Entonces el vendedor me dice: - de ese montón de libros 3 por $ 10.000.oo- y



voy revisando algunos, como la colección de bolsillo de la Oveja Negra, la otra



colección de Colcultura y me asalta la realidad de saber que el Estado perdió



el deber de editar y difundir la producción de los testigos de la historia: los



escritores, conciencia de la vida.



Entre unas revistas asoma un volumen: Hombres y mujeres de palabra en cuya



contracarátula aparecen Ignacio Ramírez y Olga Cristina Truiago con la sonrisa



de haber logrado entregar a los lectores su esfuerzo constante, un libro que ha



pasado por varias manos durante un par de décadas.



Sigo caminando e inmiscuyéndome entre este mar renovado de libros y



revistas. Entonces encuentro unos ejemplares sueltos de Gato Encerrado,



abro sus páginas y salen a flote cuentos, poemas y ensayos de unos cuántos



jóvenes escritores que lanzaban su fortaleza en las páginas de los años



ochentas. Allí el esfuerzo de Benhur Sánchez Suárez, Isaías Peña, Fernando



Soto Aparicio, Eutiquio Leal con la incansable Mariela Zuluaga. Pasan otros



ejemplares de Puesto de Combate con la tenacidad de Milcíades Arévalo, otros



más recientes de la revista Ulrika, con las voces poéticas a flor de piel.



No sé si tengo nostalgia y vuelvo a atrapar Carta al padre de Kafka, sé



que tengo varios ejemplares en casa, pero este quizá requiera que lo raye



con un color, con un lápiz distinto. Y sigo pasando, repasando, mientras el



muchacho del carrito me ofrece un helado casero de coco o maracuyá, quizá



de guanábana. Sorprendida en el deleite asumo la guanábana para continuar



con la mirada pausada entre estos amigos incansables.



Todo pasa en este desfile de nostalgia entrecruzado con el olvido. Al dar



la vuelta me encuentro con una canción de Fausto ...Susana, Susana estoy



loco por tu amor.. Que el vendedor de discos pronto cambia por la voz



de Piero: ...Es un tipo mi viejo....la edad se le vino encima/ sin carnaval ni



En una nueva mesita, que apenas se está acomodando, un ejemplar de Venga



le digo de Benhur Sánchez Suárez y vuelvo y pienso que el protagonista



de este libro no es el loco y que Sánchez Suárez continúa mostrándole al



mundo su narración con el gran testimonio del sentir humano de la violencia



del siglo XX en Colombia. Ahí también seguido, casi pegado, un ejemplar



de Los perseguidos de Andrés Elías Flórez Brum. Los dos ejemplares de las



primeras ediciones, trajinados por el tiempo y quizá porque traen el recuerdo



de la lectura de unos cuantos ojos que se detuvieron una mañana o una tarde



o pasaron una noche, quizá un fin de semana compartiendo el encuentro con



Sigo caminando por esas leves callecitas entre las mesas de libros, con esos



asombros que se convierten en recuerdo, nadie se precipitaría a salir de allí.



Un volumen, casi recién leído de Los héroes perdidos con la máxima expresión



poética de Matilde Espinosa. De repente alguien llega a hacer el intercambio



y ofrece Con la venia de los heliotropos, la poesía que camina de Eugenia



Sánchez Nieto, o Yuyin como la llaman sus amigos. De la mano del vendedor



vecino, llega y se acomoda un ejemplar De las cosas pequeñas de Nora



Puccini de Rsoado; después, como adivinando que se requiere de un alivio,



aparece un niño con el libro Aspirina al corazón de Joaquín Peña Gutiérrez y



luego otro ejemplar pegado casi a una enciclopedia, es El laberinto de José



Luis Díaz-Granados, de la primera edición, ahí suelto y una grabadora que



sube el volumen con el poema musicalizado Alba Marina.



Sigo con mi andar lento. Como si saltara de la mesa un ejemplar de Literatura



del Frente Nacional de Isaías Peña. Entonces recuerdo las columnas de El



Tiempo y del Espectador de Isaías y de Ignacio Ramírez, el trabajo constante y



dedicado de Juan Manuel Roca en el Magazín, el único Magazín de Literatura



que ha existido en el Espectador, esfuerzos que fueron cortados de un tajo



para dar paso a los asuntos de la guerra.



Sigo pasando y repasando. De una esquina sale como haciendo guiños un



ejemplar de Cesare Pavese El oficio de vivir. Me detengo y



diálogo entre los libreros. También ellos intercambian sus aventuras de haber



sobrevivido entre cuentos, novelas, poemas, textos escolares, enciclopedias,



periódicos y revistas. Un encuentro que ha levantado vidas, ahora se ven



sonrisas acompañadas quizá de unas cuantas canas, anécdotas, amores,



puertas que se abrieron y otras cuantas que quedaron cerradas en el absurdo.



La fortaleza de estas gentes se nota en la manera de cuidar los libros, las



colecciones, como su diario vivir. Pero este encuentro durará sólo este día



porque se tendrá que dar paso a nuevas instancias del comercio.



En la siguiente mesa encuentro algunos ejemplares de la biblioteca personal de



Borges y luego el libro Letra para salsa con final cortante de Iván Égüez. Con



algo de sorpresa, comprendo el afán de una señora que me arrebata el libro



de las manos y lo lleva a su nuevo destino. Queda grabada en mi memoria la



carátula del maestro Germán Londoño y la expectativa de volver al libro.



En medio de unos cuántos textos escolares salta La insoportable levedad



del ser de Milán Kundera. Y sé que este sol de verano, en una mañana



espléndida, es un paréntesis de vida en esta cuidad que sabe de urgencias,



de cumplimiento de horarios, de tragedias, que sabe de festivales de teatro,



de conciertos al aire libre, de lluvias y caminatas por la carrera séptima, en el



corazón de esta urbe que vibra y se emociona cada día.



A estas alturas con el sol en la espalda unos cuantos libros y un delicioso



helado, no logro recordar qué diligencia debo hacer en el centro de la ciudad.



Lo cierto es que no debería estar en el parque Santander y menos revisando



libros de alegría y de nostalgia. No sé si el tiempo afecta mi memoria y empiezo



mi regreso a casa, cuando descubro por accidente que debo pagar un recibo



de impuesto y que el plazo vencerá antes que culmine el día. Por esa razón,



por suerte para soportar esperas, llevo conmigo un estupendo ejemplar de la



revista El Búho que me permitirá con sus cuentos, sus ensayos, sus poemas,



sobrevivir a las urgencias cotidianas. Sigo leyendo ese maravilloso ensayo La



captura de lo sagrado, de Cristóbal Zapata, que implica el saber abordar el



instante, ejercicio que se practica toda la vida para lograr atrapar un verso, una



palabra, un signo, quizá un esPublicado Cronopios



Apuntes de ciudad



Por Lilia Gutiérrez Riveros



Con una mañana plena de sol en la espalda, un paraguas en la mano, por si



el tiempo varía en esta ciudad de todas las primaveras del mundo y un papel



de diligencia por resolver en la revista El Búho, que recientemente me envió



su Director Omar Ospina, salgo a cumplir una diligencia ciudadana. El papel



señala el artículo que aún leo La captura de lo sagrado, de Cristóbal Zapata.



Con la revista, llego al centro de la Bogotá de siempre que acoge a todos los



andantes. Apenas suelto mis pasos en la acera del Museo del Oro, ahí en



plena carrera 7ª con Jiménez donde los transeúntes asumen la orientación de



sus preocupaciones, de sus afanes y de sus alegrías, camino entre los pasos



alquilados, llego al parque Santander porque llevo también el afán de cumplir



Entro en ese espacio de sorpresas y allí una Feria del Libro, de mesas y



estantes donde se cruzan colecciones antiguas, medianas, revistas periódicos,



estantes que ofrecen panelitas, obleas, bocadillos veleños, cuanto dulce



amoroso se produce en Colombia y una serie de artesanías, entre collares,



mochilas tejidas, bufandas, atrapasueños y toda suerte de curiosidades y



luego, escuchar las flautas y la quena como surgiendo de la fuente para



conquistar los oídos y los rostros, que siguen el ritmo con sus pasos.



Y me voy adentrando entre los volúmenes que muestran haber sido trajinados



y leídos por algunos viajeros que quizá estén en otra órbita del tiempo, quizá



inmiscuidos en otros volúmenes donde ojalá encuentren tesoros parecidos a



los que ofrece esta mitad de mañana plena de sol y regocijo entre los libros.



Entonces el vendedor me dice: - de ese montón de libros 3 por $ 10.000.oo- y



voy revisando algunos, como la colección de bolsillo de la Oveja Negra, la otra



colección de Colcultura y me asalta la realidad de saber que el Estado perdió



el deber de editar y difundir la producción de los testigos de la historia: los



escritores, conciencia de la vida.



Entre unas revistas asoma un volumen: Hombres y mujeres de palabra en cuya



contracarátula aparecen Ignacio Ramírez y Olga Cristina Truiago con la sonrisa



de haber logrado entregar a los lectores su esfuerzo constante, un libro que ha



pasado por varias manos durante un par de décadas.



Sigo caminando e inmiscuyéndome entre este mar renovado de libros y



revistas. Entonces encuentro unos ejemplares sueltos de Gato Encerrado,



abro sus páginas y salen a flote cuentos, poemas y ensayos de unos cuántos



jóvenes escritores que lanzaban su fortaleza en las páginas de los años



ochentas. Allí el esfuerzo de Benhur Sánchez Suárez, Isaías Peña, Fernando



Soto Aparicio, Eutiquio Leal con la incansable Mariela Zuluaga. Pasan otros



ejemplares de Puesto de Combate con la tenacidad de Milcíades Arévalo, otros



más recientes de la revista Ulrika, con las voces poéticas a flor de piel.



No sé si tengo nostalgia y vuelvo a atrapar Carta al padre de Kafka, sé



que tengo varios ejemplares en casa, pero este quizá requiera que lo raye



con un color, con un lápiz distinto. Y sigo pasando, repasando, mientras el



muchacho del carrito me ofrece un helado casero de coco o maracuyá, quizá



de guanábana. Sorprendida en el deleite asumo la guanábana para continuar



con la mirada pausada entre estos amigos incansables.



Todo pasa en este desfile de nostalgia entrecruzado con el olvido. Al dar



la vuelta me encuentro con una canción de Fausto ...Susana, Susana estoy



loco por tu amor.. Que el vendedor de discos pronto cambia por la voz



de Piero: ...Es un tipo mi viejo....la edad se le vino encima/ sin carnaval ni



En una nueva mesita, que apenas se está acomodando, un ejemplar de Venga



le digo de Benhur Sánchez Suárez y vuelvo y pienso que el protagonista



de este libro no es el loco y que Sánchez Suárez continúa mostrándole al



mundo su narración con el gran testimonio del sentir humano de la violencia



del siglo XX en Colombia. Ahí también seguido, casi pegado, un ejemplar



de Los perseguidos de Andrés Elías Flórez Brum. Los dos ejemplares de las



primeras ediciones, trajinados por el tiempo y quizá porque traen el recuerdo



de la lectura de unos cuantos ojos que se detuvieron una mañana o una tarde



o pasaron una noche, quizá un fin de semana compartiendo el encuentro con



Sigo caminando por esas leves callecitas entre las mesas de libros, con esos



asombros que se convierten en recuerdo, nadie se precipitaría a salir de allí.



Un volumen, casi recién leído de Los héroes perdidos con la máxima expresión



poética de Matilde Espinosa. De repente alguien llega a hacer el intercambio



y ofrece Con la venia de los heliotropos, la poesía que camina de Eugenia



Sánchez Nieto, o Yuyin como la llaman sus amigos. De la mano del vendedor



vecino, llega y se acomoda un ejemplar De las cosas pequeñas de Nora



Puccini de Rsoado; después, como adivinando que se requiere de un alivio,



aparece un niño con el libro Aspirina al corazón de Joaquín Peña Gutiérrez y



luego otro ejemplar pegado casi a una enciclopedia, es El laberinto de José



Luis Díaz-Granados, de la primera edición, ahí suelto y una grabadora que



sube el volumen con el poema musicalizado Alba Marina.



Sigo con mi andar lento. Como si saltara de la mesa un ejemplar de Literatura



del Frente Nacional de Isaías Peña. Entonces recuerdo las columnas de El



Tiempo y del Espectador de Isaías y de Ignacio Ramírez, el trabajo constante y



dedicado de Juan Manuel Roca en el Magazín, el único Magazín de Literatura



que ha existido en el Espectador, esfuerzos que fueron cortados de un tajo



para dar paso a los asuntos de la guerra.



Sigo pasando y repasando. De una esquina sale como haciendo guiños un



ejemplar de Cesare Pavese El oficio de vivir. Me detengo y



diálogo entre los libreros. También ellos intercambian sus aventuras de haber



sobrevivido entre cuentos, novelas, poemas, textos escolares, enciclopedias,



periódicos y revistas. Un encuentro que ha levantado vidas, ahora se ven



sonrisas acompañadas quizá de unas cuantas canas, anécdotas, amores,



puertas que se abrieron y otras cuantas que quedaron cerradas en el absurdo.



La fortaleza de estas gentes se nota en la manera de cuidar los libros, las



colecciones, como su diario vivir. Pero este encuentro durará sólo este día



porque se tendrá que dar paso a nuevas instancias del comercio.



En la siguiente mesa encuentro algunos ejemplares de la biblioteca personal de



Borges y luego el libro Letra para salsa con final cortante de Iván Égüez. Con



algo de sorpresa, comprendo el afán de una señora que me arrebata el libro



de las manos y lo lleva a su nuevo destino. Queda grabada en mi memoria la



carátula del maestro Germán Londoño y la expectativa de volver al libro.



En medio de unos cuántos textos escolares salta La insoportable levedad



del ser de Milán Kundera. Y sé que este sol de verano, en una mañana



espléndida, es un paréntesis de vida en esta cuidad que sabe de urgencias,



de cumplimiento de horarios, de tragedias, que sabe de festivales de teatro,



de conciertos al aire libre, de lluvias y caminatas por la carrera séptima, en el



corazón de esta urbe que vibra y se emociona cada día.



A estas alturas con el sol en la espalda unos cuantos libros y un delicioso



helado, no logro recordar qué diligencia debo hacer en el centro de la ciudad.



Lo cierto es que no debería estar en el parque Santander y menos revisando



libros de alegría y de nostalgia. No sé si el tiempo afecta mi memoria y empiezo



mi regreso a casa, cuando descubro por accidente que debo pagar un recibo



de impuesto y que el plazo vencerá antes que culmine el día. Por esa razón,



por suerte para soportar esperas, llevo conmigo un estupendo ejemplar de la



revista El Búho que me permitirá con sus cuentos, sus ensayos, sus poemas,



sobrevivir a las urgencias cotidianas. Sigo leyendo ese maravilloso ensayo La



captura de lo sagrado, de Cristóbal Zapata, que implica el saber abordar el



instante, ejercicio que se practica toda la vida para lograr atrapar un verso, una



palabra, un signo, quizá un espacio para el silencio.pacio para el silencio.



Adiós a Matilde Espinosa



LILIA GUTIÉRREZ RIVEROS



ligur2200@yahoo.es



La máxima voz de la poesía colombiana del siglo XX acaba de partir. Pero



ella, como su obra es inmortal. Matilde superó la barrera de lo individual, con su



fortaleza de conciencia colectiva nos enseñó a pensar en plural.



Por razones de las clasificaciones se le conoce como precursora de la poesía



social. Sin embargo, hay que dejarse contagiar de la magia de su creación,



buscar el objetivo, regocijarse en la mente y el corazón de su literatura. Ella



misma dijo en 1955: hay que sacar el corazón a la calle, para que sienta en la



calle. También le escuché decir algún día que uno de sus paseos predilectos



es ir a la calle y observar. Y es justamente en 1955 cuando empieza a publicar



sus libros: Los ríos han crecido, luego Por todos los silencios, Afuera las



estrellas, Pasa el viento, El mundo es una calle larga, Memoria del viento,



Estación desconocida, Los héroes perdidos, Señales en la sombra, La



sombra en el muro, La poesía de Matilde espinosa, con selección y prólogo



de Guillermo Martínez.



Al escucharla hablar se siente la voz futurista, la conciencia colectiva. La obra



de Matilde Espinosa es el puente que teje la poesía con la historia del sentir



humano de un país que a pasos de gigante tropieza entre el dolor, la agresión



Conocí a Matilde por esas casualidades, cuando uno va revisando y el azar



le brinda un tesoro que llama desde un libro y uno se deslumbra y se deja



atrapar por ese gran brillo. He abordado la obra de esta gran escritora desde



finales de los ochentas y desde entonces, puedo releerla todos los días con



la seguridad de llegar siempre a la creación renovadora. Tengo –o debo decir



tuve- la fortuna de contar con su amistad y su sabiduría.



Me confieso lectora que ha aprendido a través de sus libros a degustar cada



palabra, cada silencio, la decantación de cada imagen y el contenido profundo



que aflora de sus páginas.



Basta con darse la oportunidad de abrir una de sus páginas para apreciar la



gran capacidad renovadora de la poesía, cada estrofa es el equivalente a una



imagen y acaso algunos de sus poemas son una sola imagen. Siempre el sentir



humano, siempre la conciencia colectiva.



LOS OCULTOS DONES



Saber callar

en el instante mismo de la pena

cuando los labios -roto temblor-

entierran la palabra y el sollozo.



No recordar el nombre

de quien alguna vez

nos hizo daño.

Ignorar la mirada

que te empaña la hora

de un transparente día.



Dolerte de la bestia

pequeña y extraviada,

dolerte de su sed.

Abrirle espacio puro

al pájaro que equivocó su vuelo

y tropezó en tu espejo.



Escuchar a los niños

como si fueran viejos

y tomar sus palabras

con el gozo infantil

de un recodo lejano.

Saber llegar a tiempo

y colmar de esperanza

la ansiedad del que espera.

Entender las criaturas

sabiendo que sus gestos

son el lenguaje claro

que nos descubre el mundo

que llevamos por dentro.



Matilde Espinosa, Del libro Memoria del viento, incluido en la selección

Poesía de dos Continentes.



Adiós a Matilde Espinosa



LILIA GUTIÉRREZ RIVEROS



ligur2200@yahoo.es



La máxima voz de la poesía colombiana del siglo XX acaba de partir. Pero



ella, como su obra es inmortal. Matilde superó la barrera de lo individual, con su



fortaleza de conciencia colectiva nos enseñó a pensar en plural.



Por razones de las clasificaciones se le conoce como precursora de la poesía



social. Sin embargo, hay que dejarse contagiar de la magia de su creación,



buscar el objetivo, regocijarse en la mente y el corazón de su literatura. Ella



misma dijo en 1955: hay que sacar el corazón a la calle, para que sienta en la



calle. También le escuché decir algún día que uno de sus paseos predilectos



es ir a la calle y observar. Y es justamente en 1955 cuando empieza a publicar



sus libros: Los ríos han crecido, luego Por todos los silencios, Afuera las



estrellas, Pasa el viento, El mundo es una calle larga, Memoria del viento,



Estación desconocida, Los héroes perdidos, Señales en la sombra, La



sombra en el muro, La poesía de Matilde espinosa, con selección y prólogo



de Guillermo Martínez.



Al escucharla hablar se siente la voz futurista, la conciencia colectiva. La obra



de Matilde Espinosa es el puente que teje la poesía con la historia del sentir



humano de un país que a pasos de gigante tropieza entre el dolor, la agresión



Conocí a Matilde por esas casualidades, cuando uno va revisando y el azar



le brinda un tesoro que llama desde un libro y uno se deslumbra y se deja



atrapar por ese gran brillo. He abordado la obra de esta gran escritora desde



finales de los ochentas y desde entonces, puedo releerla todos los días con



la seguridad de llegar siempre a la creación renovadora. Tengo –o debo decir



tuve- la fortuna de contar con su amistad y su sabiduría.



Me confieso lectora que ha aprendido a través de sus libros a degustar cada



palabra, cada silencio, la decantación de cada imagen y el contenido profundo



que aflora de sus páginas.



Basta con darse la oportunidad de abrir una de sus páginas para apreciar la



gran capacidad renovadora de la poesía, cada estrofa es el equivalente a una



imagen y acaso algunos de sus poemas son una sola imagen. Siempre el sentir



humano, siempre la conciencia colectiva.



LOS OCULTOS DONES



Saber callar

en el instante mismo de la pena

cuando los labios -roto temblor-

entierran la palabra y el sollozo.



No recordar el nombre

de quien alguna vez

nos hizo daño.

Ignorar la mirada

que te empaña la hora

de un transparente día.



Dolerte de la bestia

pequeña y extraviada,

dolerte de su sed.

Abrirle espacio puro

al pájaro que equivocó su vuelo

y tropezó en tu espejo.



Escuchar a los niños

como si fueran viejos

y tomar sus palabras

con el gozo infantil

de un recodo lejano.

Saber llegar a tiempo

y colmar de esperanza

la ansiedad del que espera.

Entender las criaturas

sabiendo que sus gestos

son el lenguaje claro

que nos descubre el mundo

que llevamos por dentro.



Matilde Espinosa, Del libro Memoria del viento, incluido en la selección

Poesía de dos Continentes.



Publicado Cronopios



El desencanto de Arturo Alape



En 1980, Arturo Alape con el empuje que lo caracteriza –¿o debo decir, que lo



caracterizaba?- se convierte en la columna vertebral de la Unión Nacional de



Escritores, UNE, Colombia. Allí estaba como Secretario General programando



y respaldando las iniciativas de los integrantes de la Institución. Entre tanto y



sin respiro escribía, ante todo escribía y claro, también pintaba sus acuarelas.



El Bogotazo, era su libro más conocido y sigue siendo parte de nuestra



Colombia con el testimonio histórico y literario que concentra. Ya se conocía



Las muertes de Tiro Fijo, junto a tantos cuentos, ensayos y relatos.



En esa década Arturo Alape fue criticado y señalado por su marcada tendencia



de Izquierda. Yo conocía al escritor y al amigo, al lector y al contertulio. Se



le veía con su figura delgada, la gorra café y la mochila con sus proyectos al



hombro. Hacia 1986 surgieron las famosas listas negras en las que aparecían



intelectuales que fueron desfilando hacia el exilio. En un folleto de los que



se distribuía en ciertos sectores del ejército y de la policía apareció la foto



de Arturo Alape, con el nombre de un “Alias” de carácter peligroso a quien



se buscaba afanosamente. Se insistió en hacer la rectificación en diferentes



medios de comunicación. Sin embargo, el folleto seguía su rumbo.



Arturo Alape tuvo que salir, en esa ocasión a Cuba. Por esos años hubo un



desfile constante de intelectuales hacia el exilio, también yo salí a Hamburgo,



época en que aún se mantenía la División entre Alemania Federal y Alemania



del Este. Finalizando la década de los ochentas yo regresaba a casa. Solicité



pasar por Cuba con el fin de encontrar al amigo y escritor Arturo Alape, Cuba



me negó la entrada a ese país sin ninguna explicación. Me atrevo a pensar que



fue por mi procedencia de Alemania Federal.



En 1991 Alape volvió a Colombia. Por ese tiempo fui elegida Secretaria



General de la Unión Nacional de Escritores, UNE, Colombia. Ahí estaba yo con



el reto de respaldar una Institución, cuyo primer presidente había sido Pedro



Gómez Valderrama y su primer Secretario General Alape.



En 1999 en el Encuentro Internacional de Escritores ciudad de Chiquinquirá,



después de una gran jornada de trabajo en instituciones educativas y



culturales, la Fundación Cultural “Jetón” Ferro, ofrecía una recepción a



los escritores. Había alegría en el ambiente. Arturo empezó su reflexión y



fue narrando a través de los viajes el desencanto. Atónitos fuimos testigos



del derrumbe de los íconos que construye el ser humano. Un silencio casi



horizontal se imponía mientras él narraba la caída del muro de Berlín en su



mente y en su corazón, igual que otras tantas realidades del mundo. Esa



noche no hubo brindis. Las copas quedaron servidas, los rostros entrecruzaron



miradas, las manos se buscaron y nos unimos en un abrazo fuerte al corazón



Después, Alape volvería exiliado a Alemania. Allí se encontraría con Ricardo



Benavides, un colombiano que sabe de Cultura Latinoamericana, con él y unos



cuantos lectores de literatura hispanoamericana harían un conversatorio en



Hannover, antes de su regreso a Colombia.



Nos volvimos a cruzar durante la Segunda Expedición por el Éxodo en



septiembre del 2002 en los espacios de la Biblioteca Luis Ángel Arango.



Lo volví a ver cuando grababa un documental con Esteban Pinilla y una



vez más, vi su desencanto. Ya se imponía con dignidad ante las nuevas



circunstancias de salud. Entonces me habló de Alemania, de su encuentro con



Ricardo Benavides, de su hijo Manuel y sus proyecciones, de cómo crecía su



El autor de El cadáver insepulto, el escritor, el amigo, el hombre que



tantas veces denunció la violencia, se marcha con sus apuntes a continuar



escribiendo la historia en otros confines.



Se agolpan los recuerdos entre presentaciones de libros, tertulias de café,



cuando la Cámara del Libro ofrecía su espacio y su cordialidad a los escritores,



conferencias en universidades, eventos en distintas ciudades que permiten el



encuentro de los amigos y el intercambio de libros.



Casi se sabía que la noticia llegaría en cualquier instante, sólo que cuando



suena el teléfono a las 6:00 a.m. del sábado 8 de Octubre de 2006 y miro el



remitente, casi no quiero contestar. Es él, mi hermano Alonso, para decirme



que la noticia está en la radio y ahora -ahora- está inscrita en mi corazón.



LILIA GUTIÉRREZ RIVEROS



Bogotá, Octubre 8 de 2006



Publicado Cronopios



El desencanto de Arturo Alape



En 1980, Arturo Alape con el empuje que lo caracteriza –¿o debo decir, que lo



caracterizaba?- se convierte en la columna vertebral de la Unión Nacional de



Escritores, UNE, Colombia. Allí estaba como Secretario General programando



y respaldando las iniciativas de los integrantes de la Institución. Entre tanto y



sin respiro escribía, ante todo escribía y claro, también pintaba sus acuarelas.



El Bogotazo, era su libro más conocido y sigue siendo parte de nuestra



Colombia con el testimonio histórico y literario que concentra. Ya se conocía



Las muertes de Tiro Fijo, junto a tantos cuentos, ensayos y relatos.



En esa década Arturo Alape fue criticado y señalado por su marcada tendencia



de Izquierda. Yo conocía al escritor y al amigo, al lector y al contertulio. Se



le veía con su figura delgada, la gorra café y la mochila con sus proyectos al



hombro. Hacia 1986 surgieron las famosas listas negras en las que aparecían



intelectuales que fueron desfilando hacia el exilio. En un folleto de los que



se distribuía en ciertos sectores del ejército y de la policía apareció la foto



de Arturo Alape, con el nombre de un “Alias” de carácter peligroso a quien



se buscaba afanosamente. Se insistió en hacer la rectificación en diferentes



medios de comunicación. Sin embargo, el folleto seguía su rumbo.



Arturo Alape tuvo que salir, en esa ocasión a Cuba. Por esos años hubo un



desfile constante de intelectuales hacia el exilio, también yo salí a Hamburgo,



época en que aún se mantenía la División entre Alemania Federal y Alemania



del Este. Finalizando la década de los ochentas yo regresaba a casa. Solicité



pasar por Cuba con el fin de encontrar al amigo y escritor Arturo Alape, Cuba



me negó la entrada a ese país sin ninguna explicación. Me atrevo a pensar que



fue por mi procedencia de Alemania Federal.



En 1991 Alape volvió a Colombia. Por ese tiempo fui elegida Secretaria



General de la Unión Nacional de Escritores, UNE, Colombia. Ahí estaba yo con



el reto de respaldar una Institución, cuyo primer presidente había sido Pedro



Gómez Valderrama y su primer Secretario General Alape.



En 1999 en el Encuentro Internacional de Escritores ciudad de Chiquinquirá,



después de una gran jornada de trabajo en instituciones educativas y



culturales, la Fundación Cultural “Jetón” Ferro, ofrecía una recepción a



los escritores. Había alegría en el ambiente. Arturo empezó su reflexión y



fue narrando a través de los viajes el desencanto. Atónitos fuimos testigos



del derrumbe de los íconos que construye el ser humano. Un silencio casi



horizontal se imponía mientras él narraba la caída del muro de Berlín en su



mente y en su corazón, igual que otras tantas realidades del mundo. Esa



noche no hubo brindis. Las copas quedaron servidas, los rostros entrecruzaron



miradas, las manos se buscaron y nos unimos en un abrazo fuerte al corazón



Después, Alape volvería exiliado a Alemania. Allí se encontraría con Ricardo



Benavides, un colombiano que sabe de Cultura Latinoamericana, con él y unos



cuantos lectores de literatura hispanoamericana harían un conversatorio en



Hannover, antes de su regreso a Colombia.



Nos volvimos a cruzar durante la Segunda Expedición por el Éxodo en



septiembre del 2002 en los espacios de la Biblioteca Luis Ángel Arango.



Lo volví a ver cuando grababa un documental con Esteban Pinilla y una



vez más, vi su desencanto. Ya se imponía con dignidad ante las nuevas



circunstancias de salud. Entonces me habló de Alemania, de su encuentro con



Ricardo Benavides, de su hijo Manuel y sus proyecciones, de cómo crecía su



El autor de El cadáver insepulto, el escritor, el amigo, el hombre que



tantas veces denunció la violencia, se marcha con sus apuntes a continuar



escribiendo la historia en otros confines.



Se agolpan los recuerdos entre presentaciones de libros, tertulias de café,



cuando la Cámara del Libro ofrecía su espacio y su cordialidad a los escritores,



conferencias en universidades, eventos en distintas ciudades que permiten el



encuentro de los amigos y el intercambio de libros.



Casi se sabía que la noticia llegaría en cualquier instante, sólo que cuando



suena el teléfono a las 6:00 a.m. del sábado 8 de Octubre de 2006 y miro el



remitente, casi no quiero contestar. Es él, mi hermano Alonso, para decirme



que la noticia está en la radio y ahora -ahora- está inscrita en mi corazón.



LILIA GUTIÉRREZ RIVEROS



Bogotá, Octubre 8 de 2006



La lírica de Oscar Londoño Pineda



Por Lilia Gutiérrez Riveros



Hace unos años, cuando apenas llegaba a Lima,



participar en el Simposio de Literatura Hispanoamericana, me tropecé con el



académico y ensayista Joseph Vélez, profesor de Estudios Latinoamericanos



la universidad de Baylor, en Texas. De inmediato nos dimos al placer



de conversar un gran café mientras disfrutábamos la alegría de volver a



encontrarnos. Compartimos galletas “cafecitas” horneadas en el Quindío.



Hablamos de sus libros, de su inquietud por analizar a los escritores



latinoamericanos, con la firme convicción de respetar la voz de los autores y



de su entusiasmo por llevarlos a su cátedra de Estudios Latinoamericanos.



Entonces revisamos el programa con el propósito de acompañarnos, como en



eventos anteriores. Precisamos las conferencias de cada uno, las ocasiones



y el lugar donde teníamos que coordinar algunos foros. La sorpresa más



hermosa fue al ver en el programa la conferencia de Joseph: Tuluá visión



personal, de Oscar Londoño Pineda. De inmediato le pregunté si se conocían



y por qué su ponencia sobre la obra de Londoño Pineda. Cuando me dijo que



sólo sabía de su obra, le insinué: -deberías ir pronto a Colombia, desde ya eres



un gran amigo de Oscar-.



Durante esas dos semanas y revisando el trabajo de Joseph Vélez tuvimos



la oportunidad de cruzar información. El catedrático se refería con gran



entusiasmo a la narrativa de Londoño Pineda, hablaba de Tuluá como si



conociera perfectamente sus gentes y sus costumbres. Preguntaba por los



sabores del Valle del Cauca, por sus fiestas, por su música, por sus bailes.



Contaba historias como si estuviera caminando por alguna calle de Tuluá.



Claro, todo lo encontraba en los párrafos subrayados en la obra de este



valluno que en cuanto a Derecho y Ciencias Políticas y Sociales se las sabe



todas. Egresado de la Universidad Nacional, alcalde de su Tuluá del alma,



juez y Magistrado de los Tribunales Administrativos del Valle del Cauca y de



Cundinamarca, catedrático en unas cuantas universidades e historiador por



devoción. Además Oscar Londoño cuenta con doble virtud: su fino sentido del



humor y un corazón donde caben todos los amigos del planeta.



Después de publicar Los pasos de Egor y Los sobrevivientes del olvido,



había brindado al público Dudosa historia de un hombre feliz.



A través de los años recientes seguimos conversando por a través de Internet



con Joseph Vélez, él en Texas, yo en esta Bogotá de todas las primaveras del



mundo. Entonces le insinúo acerca de los libros de poesía de Londoño Pineda:



La ciudad cantada y le agrego -con este libro podrías sentir por ejemplo-, el



sol de mi infancia, con versos como estos:



...Es el mismo sol de mi infancia



al que nada lo altera



ni el correr de los años



ni reconocimientos ni agravios



ni la muerte que no cuenta



en su itinerario de luz.



En el siguiente mensaje, le cuento a Joseph que en este libro puede encontrar



también Los juegos de infancia, la antigua iglesia, la casona de Sajonia, podrá



conversar con Doña Bárbara, que podrá degustar el pandebono caliente,



panderitos de harina y sentir el sabor del cariño y del afecto del Valle del



Cauca. Le insisto que puede llegar a La plaza de mercado, allí podrá descubrir



amigos de infancia, frutas y verduras para las sopas caseras. Además de



unas cuantas sorpresas más. Le cuento que hallará personas amables prestas



a brindar la mejor palabra, quizá encuentre oficios diversos y puede quedar



hechizado con las gentes del campo.



En el mismo mensaje le digo que tan pronto le llegue el libro escuche Los



sonidos de esa ciudad que tiene todas las magias, el colegio, La estación



del Ferrocarril, Los olores, los compañeros de entonces, los maestros de



siempre. Le insisto que se pase por La librería. Así como los niños Esculcando



recuerdos le digo que Todo está ahí.



Un nuevo mensaje para Joseph es para conversar de Las palabras



necesarias, de cuyas páginas emerge el tono preciso y por supuesto, el



vocablo exacto enmarcado en el espacio adecuado para que fluya así:



....He hecho claridad en ti,



que es donde nacen las palabras de ahora



como raudales de luz para mi vida



como la música que siempre quise escuchar



Insisto en que se deje llevar, entonces aparecerá ese milagro que atrapa y que



envuelve y nos precipita a volver a mirarnos en el poema:



Ellas se van por todo el cuerpo



anudan gozos, hacen hogueras



Las palabras tienen la culpa de todo



si alguien tiene culpa.



Sin embargo, en un nuevo mensaje a Joseph le confieso que el libro que



más me impresiona de Oscar Londoño es Los silencios reunidos. Allí está



la creación sin límites, la decantación, la imágenes que se sueltan como



esta: Sólo quedará escrito sobre la roca/ del tiempo lo que el tiempo/ juzgue



Pero al final le recomiendo a Joseph Vélez que deguste el libro Las voces



sumergidas, allí está Siempre el amor, le pido que se detenga en ese poema



y encuentro en ellas tu alegría,



que es mi alegría hecha caricia.



Las levo a mi rostro y son seda,



perfume, brisa matinal,



Las acerco a mis labios



y son pétalos ensayando su vuelo.



Las dejo sobre mi pecho



e inician un recorrido



de olas en ascenso.



Desde la superficie de la piel



van despertando la vida



como viento en turbulencia.



Le pido a Joseph que se detenga en la parte del libro titulada Siempre el fuego.



Allí Londoño Pineda se vuelve a jugar la vida con el soneto, con la exactitud



y la precisión. Aunque sé que el académico Joseph Vélez releerá Siempre el



recuerdo, pienso en esa capacidad eterna de estar creando algo nuevo que



aparece en el espacio titulado Siempre los sueños.



No termino de escribir la nota cuando suena el teléfono, es Joseph diciendo



que vendrá a Colombia, a caminar por Tuluá y sus sabores, por Tuluá y sus



costumbres, sus gentes, sus danzas, su diario vivir y me cuenta que ya tiene



subrayado por completo el libro Las voces sumergidas de Londoño Pineda.



LILIA GUTIÉRREZ RIVEROS



ligur2200@yahoo.es



Macaravita, Santander, Colombia. Química y bióloga, campo en el que se ha

distinguido por sus investigaciones y numerosas publicaciones. Ha cultivado

su talento literario, en poesía, cuento y ensayo. Libros de poesía: Con las alas

del tiempo, Bogotá, 1985; Carta para Nora Böring y otros poemas, Bogotá,

1994; La cuarta hoja del trébol, Bogotá, 1997, Intervalos, Bogotá, 2005. Incluida

en estudios y antologías. Ensayos: La poesía del África Francófona: un lazo

de afecto para Latinoamérica, Barranquilla, 1994. El sentido de lo humano

en la obra de Matilde Espinosa, California, State University Dominguez Hills,

Carson, city, 1995, La mujer en la literatura colombiana, Beijing, 1995; Nuevas

tendencias del arte, Bogotá, 1996; El sarcasmo en la poesía del Tuerto López,

Medellín, 1996; La atmósfera caribeña en la literatura infantil, Veracruz,

México, 1997, Detrás de la Bohemia. Lima, Perú, 2000. Artículos y comentarios

literarios en revistas y periódicos.





La tierra prometida de Winston Morales



Por Lilia Gutiérrez Riveros



Hace unos días Winston Morales me dijo: -¿conoces Schuaima? Allí siempre



llueve, hay verdes de todas las plantas y el canto polifónico de muchas aves-.



Por el tono de su voz y la pausa al pronunciar ese nombre intuí que la tierra



prometida de su calidad poética residía en ese mágico espacio donde toda



abundancia es posible para los ojos, los oídos el olfato y la piel de quien



camina y empieza a recoger la cosecha de los universos concentrados en las



páginas donde fluye la lluvia cristalina, rítmica y amorosa de Schuaima.



Había visto su calidad narrativa en Dios puso una sonrisa sobre su rostro, la



novela ganadora del Premio IX Bienal de novela José Eustasio Rivera, donde



la imagen y el vuelo poético se lanza a cualquier espacio y distancia. Se tiene



la impresión a veces de que los personajes logran atrapar al mago del vuelo



para que regrese a tierra firme. El embrujo de entrar en universos paralelos,



el macro y el microcosmos y, como parte de lo tridimensional encontrar lo



cotidiano. El amor y la muerte en estrecha relación. La muerte, las múltiples



muertes que afloran cuando se está frente a un cadáver: La muerte ronda al



hombre, camina por los pensamientos que creemos nos hacen libres de ella.



De hecho, se escoge a la muerte...



Después, cuando suena ese disco Politik, sobre el que surge esta expresión:



¿qué son cinco minutos con dieciocho segundos para un organismo



viviente como el hombre? Todo y nada. En esa percepción de tiempo se



cierran todas las puertas posibles de la materia, pero se abren los postigos



ultraterrenos de un supratiempo que lo abarca y lo comprende todo... Y



luego el personaje de la hija que escribe desde diversos lugares de Irlanda



estableciendo el lazo que une esos universos.



Con Winston y sus personajes coincido en los gustos musicales, en los



contemporáneos y muy especialmente con los compositores de todos los



tiempos: Wagner, Mozart, Rachmaninov y otros cuantos que se instalan en



mitad del corazón. Yo también creo que la vida sin música no vale. Coincido



en su manera de ir al deleite del silencio, aquel que comparten las hojas y



los tallos que elevan sus dones acompañando los caminos; al silencio que



se abstiene de la discusión, que de antemano sabe de una batalla perdida,



desgastante y absurda; al silencio capaz de abstraerse del ruido de las horas



del tiempo alquilado; al silencio sagrado, al sagrado silencio que permite el



encuentro de la expresión fresca y libre.



Oigo una vez más a Winston y me contagia de ese amor sin límites por ese



espacio donde logra el máximo encuentro con la palabra. De inmediato me



sorprende. Desde Schuaima llega Summa poética con el subtítulo antología



personal, entonces me cuenta que es Comunicador social y periodista con



un Magíster en estudios de la Cultura, mención Literatura Hispanoamericana,



Universidad Andina Simón Bolívar, Quito; que ha ganado los concursos de



nacionales de poesía de las universidades del Quindío, en el 2000, el de la



universidad de Antioquia en el 2001 y el de la Tecnológica de Bolívar en el



Entro en sus páginas y confirmo su gran dedicación y constancia. Entonces



es posible leer y escuchar la poesía, porque el ritmo, la cadencia, el vuelo y la



expresión de Winston alcanzan dimensiones que solo se lograrían en la “tierra



La antología está integrada por Aniquirona,



memorias de Alexander de Brucco.



Por alguna razón que me llama desde la abundancia de ese paraíso me quedo



De regreso a Schuaima, y



Siempre llueve en Schuaima



siempre ese precipitarse de los cielos a la Tierra.



Me abrazo a los chorros monocordes de los ríos



y los cansancios de mi cuerpo se mitigan



por el beso polimorfo de estas lluvias.



Siempre llueve en Schuaima



y los follajes de los fresnos



-igual que los patos en parvada-



bajan cantando por el ayuntamiento y sus orillas



y los sinsontes se pegan a mi boca



como los hilos luminosos de una estrella.



Siempre llueve en Schuaima



y uno aprende a querer esta lluvia estrepitosa



uno se acostumbra a su desnudez de ropas



a su delirio de doncella



a sus pezones grises,



de donde mana una agua inescrutable



que moja y contagia de pureza



hasta los precipicios de la muerte.



y uno sumerge la cabeza contra el viento



y la lluvia llega como un tumulto de palomas



a anidar en nuestras ramas los próximos veranos.



Siempre llueve en Schuaima



siempre los espejos y cristales



descendiendo de las noches desarmadas



y un resplandor inamovible



se deposita en nuestros hombros



y una queja luminosa



llamea por los bosques

y unos pájaros de agua

proclaman la grandeza de esta Terra.

Antes de terminar de releer el libro tengo el morral listo porque mañana, antes

que el sol empiece a vigilar los caminos emprendo mi viaje a Schuaima, la

tierra prometida, el espacio sagrado que Winston Morales encontró para la

LILIA GUTIÉRREZ RIVEROS
Ligur2200@yahoo.es

Macaravita, Santander Colombia. Química y bióloga, campo en el que se ha
distinguido por sus investigaciones y numerosas publicaciones. Ha cultivado su
talento literario, en poesía, cuento y ensayo. Libros de poesía: Con las alas del
tiempo, Bogotá, 1985; Carta para Nora Böring y otros poemas, Bogotá, 1994;
La cuarta hoja del trébol, Bogotá, 1997, Intervalos, Bogotá, 2005. Incluida en
antologías y estudios críticos. Algunos poemas traducidos al inglés, al francés,
al portugués y al chino. Ensayos: La poesía del África Francófona: un lazo
de afecto para Latinoamérica, Barranquilla, 1994; El sentido de lo humano
en la obra de Matilde Espinosa, California, State University Dominguez Hills,
Carson, city, 1995, La mujer en la literatura colombiana, Beijing, 1996; Nuevas
tendencias del arte, Bogotá, 1996; La atmósfera caribeña en la literatura
infantil, Veracruz, México, 1997 El sarcasmo en la poesía del Tuerto López,
Medellín, 1996, Detrás de la Bohemia. Lima, Perú, 2000....

Los años extraviados de José Luis Díaz-Granados

Por Lilia Gutiérrez Riveros

ligur2200@yahoo.es

En estos días estupendos, cuando Bogotá respira un sosiego de vacaciones,

los cerros se despejan y hay sol, suficiente sol, yo los invito a salir, a caminar

de manera descomplicada, con traje sencillo, zapatos planos, con ganas de

disfrutar un helado, ahí por el barrio Palermo, la calle 45, llegar a la Soledad

y pasar al Park Way, tomar un descanso en alguna de esas bancas bajo los

árboles, sin que el afán se cruce por la mente.

Si usted es hombre, puede darse la oportunidad de sentirse el adolescente

Faustino Almaguer, quizá tenga la suerte de encontrar el gran amor de su

vida timbrando equivocadamente en la puerta de una de esas casas, de cuyos

jardines salen algunos geranios y novios con sus colores vivaces envueltos en

la espesura de su follaje. Quizá tenga la oportunidad de tropezar incluso con el

amor idealizado que camina con los posibles suegros. Si tiene la sagacidad de

no presentarse como “poeta varado”, ante su asombro estará la posibilidad del

comienzo de un gran noviazgo.

Es probable que para el siguiente encuentro con ese amor idealizado se pueda

vestir con el mejor traje, de corbata, los zapatos muy bien lustrados -como

buen cachaco-, que el frasco de loción quede desocupado y que por supuesto,

ensaye su mejor sonrisa y algunas frases frente al espejo, antes de salir

puntual a vivir ese momento espléndido.

Si usted es mujer, puede soñar que es Dinorah, lucir el uniforme de

adolescente con todos los dones de la juventud y en ese caminar por la Bogotá

soleada, es probable que se encuentre con los ojos soñadores de un apuesto

galán de nombre y porte parecido al de Faustino Almaguer. Es posible que

él se convierta en el protagonista de su vida y de ese momento en adelante,

tomados de la mano empiecen a recorrer las páginas de la novela Los años

extraviados de José Luis Díaz- Granados.

Junto a los amigos del grupo de Palermo tendrá la oportunidad de conocer

al Gabito de los años sesentas, visitar la casa de la tía Dilia y conversar con

Margarita Márquez.

Yo tuve la suerte de encontrar esta novela. Venía envuelta en una sonrisa

y un lazo químico casi imperceptible. Este regalo es el mejor presagio para

asumir la nueva fracción de tiempo en esta Bogotá soñadora que despeja las

montañas para que los caminantes deleiten sus mañanas.

Los milagros existen y esta novela es la mejor prueba, José Luis apenas se

vuelve a instalar en Colombia, después de un exilio de más de cinco años y de

repente sorprende con este libro firmado en La Habana, publicado por Planeta.

Me pregunto cómo logró escribir esta novela plena de alegría, donde se respira

especialmente el barrio Palermo de la Bogotá de los años sesentas, sus calles,

sus tejados, sus jardines, el río Arzobispo, el Centro Nariño, Chapinero, la

iglesia de Lourdes, la iglesia de Santa Teresita y otros tantos lugares y calles.

Estudiantes dueños de los espacios y de la vida, los jóvenes de bachillerado

del Gimnasio Boyacá, aprendiendo una que otra asignatura mientras avanzan

en su adolescencia. Las jovencitas con sus uniformes y la sonrisa poblando las

mañanas de alegría.

Son jóvenes que van descubriendo las tabernas, entre escuchar música de

los Panchos, una que otra melodía tropical, hablan de política, de cuanto le

ocurre al país, de literatura y claro, de los amores y de las posibles conquistas.

Aparece entonces el Gabito García, con quien Faustino sostendrá una

excelente amistad

En la primera página, en el primer renglón, ya aparece el amor de Faustino

Almaguer Si pudiera olvidar a Dinorah. Si pudiera olvidarla... Desde luego,

a través de la historia encontraremos otros amores del precoz y eterno

enamorado, precoz también como escritor, cuyo abuelo materno es samario

conservador, católico y veterano coronel.

Don Venancio, amigo del coronel es el profesor de literatura de Faustino en el

Gimnasio Boyacá. Combina de manera armoniosa el hecho de dictar una clase

recitando los versos del Arcipreste de Hita, cuando se le interrumpe para que el

profesor explique cómo se prepara el arroz con camarones en Barranquilla. Y

entonces se encuentra la gran respuesta ...porque la culinaria es un arte, como

la poesía o la pintura...

Tomados de la mano como una pareja que sueña pueden ir al Centro Nariño, a

casa de Dilia Caballero de Márquez, que vive con su hija Margarita, ellas serán

el puente de esa gran amistad con Gabito. Ellas dirán: ¡llegó el poeta con su

novia! Dilia les mostrará las entrevistas y los comentarios que aparecen en los

periódicos acerca de Gabito, en ese momento cuentista y periodista.

Si usted se siente Faustino, sentirá la obsesión por escribir poemas y una

novela sobre un caudillo, quizá piense en un título como Pedro Lucas Roncallo,

y el país. Sin embargo, Faustino, el adolescente reconoce ...tenía disposición

para escribir, pero todo era a un mismo tiempo ansiedad, dispersión,

inseguridad y alegría febril.

Podrá leer junto a Faustino

encontrarán frases como estas: Yo no tomo licor sino cada siete años... Estudié

derecho uno o dos años, pero no me acuerdo de nada porque en las clases me

la pasaba escribiendo cuentos.

Una emoción similar o superior al encuentro del amor idealizado, aparece en

el rostro de Faustino cuando la tía Dilia le ofrece la posibilidad de conocer a

Gabito, vuelve a lucir el mejor traje y su mejor disposición para el encuentro.

Lo ve por primera vez en persona. Gabito vestido con un buzo negro de lana

gruesa y una pipa en los labios.

Una novela plena de alegría, de ternura, de anécdotas, de alusiones caribeñas,

literarias y amores, muchos amores, junto a la conversación con Gabito García,

es el regalo que ofrece José Luis Díaz-Granados para comenzar el 2007.

Después de haber publicado los libros de poesía: El laberinto, 1968-1984,

Cantoral, 1992, Poesía dispersa, 1994, Rapsodia del caminante, 1996, Oficio

terrenal, 1998 y el libro de las visiones, 2000, que se encuentran reunidos

en un volumen con el título La fiesta perpetua, obra completa 1962-2002.

Con esa dedicación, la permanente dedicación, también publica las novelas:

Las puertas del infierno, 1986, El muro y las palabras, 1994, el esplendor del

silencio, 1997; Omphalos, 2003 y La muñeca nocturna, 1996. Además José

Luis Díaz-Granados abre las puertas y tiende la mano a los escritores de todos

los tiempos. Su generosidad vuelve a abrir el corazón como hace algún tiempo

abría la Ventana al libro cada semana.

Salgan a disfrutar la ciudad, Bogotá brinda sus espacios para ser

reconquistados, salgan con la alegría de Faustino Almaguer

por supuesto, con los amigos del grupo de Palermo, existen sitios para tomar

algunos recortes del Gabito de 1955 donde

el café, quizá una taberna, pero ahora –ahora- se puede incluso leer en los

parques bajo el sueño de los árboles.