domingo, 2 de junio de 2013

LA EBRIEDAD DE LOS PETALOS







LA EBRIEDAD DE LOS PETALOS





LA EBRIEDAD DELOS PÉTALOS


Por: Alonso Quintín Gutiérrez Rivero

“El lenguaje surge como llegado de otra parte,

de allí donde nadie habla… pero es obra si

habla en dirección de esa ausencia”

Michel Foucault


Lilia inscribe su obra poética en el retablo del paisaje del alma con el deleite de quien toca lo invisible desde los pliegues de su sensibilidad. No abandona lo humano y predica la inmortalidad, escapando a las trivialidades del mundano discurrir de los seres y las cosas. Diríase que se detiene a pinceladas sobre el asombro humano para otorgarnos el privilegio de lo divino en versos sutiles bajados de la arquitectura del hacedor de estrellas.”Hay un verso que deambula/ la fantasía que me habita” (Aire a tres espacios) En Lilia la poesía discurre por una enredadera inefable de fragancias, donde lo cotidiano se sumerge en los predios de la eternidad en un largo estremecimiento de acentos aprendidos en las leyes imperecederas del conocimiento. Su poesía es para pensar y deleitarse en las travesuras del sentimiento, “El horizonte/ estará a salvo/ de las verdades lógicas”, nos lo dice con la misma impavidez de quien mira a través del caleidoscopio de la conciencia, así debe ser porque “…en cierto modo cada palabra es una transgresión”, dice con razón Foucault. Ausencia de lo innombrado, lo sutil, lo glorioso, lo que tenemos que adivinar los lectores a fuerza de consultar los movimientos interiores, las sacudidas del alma.”El aire devuelve/ el sonido de un incendio lejano/ el último grito de un corazón mutante”(tomado de “intuición vegetal”).


A veces el infortunio de una esquela en el viento, escarcea reflexiones incisivas en su alma atormentada y vestida de soledad atraviesa la jungla humana en busca de alguna verdad perdida en el “Parque “Santander”, o en las intrincadas tierras de la Provincia de García Rovira, donde hace “La Doble travesía”, en busca de unos pasos perdidos en la infancia de sus días, como queriendo reunir todas sus fuerzas para contar una historia de la que es imposible liberarse por la fuerza telúrica que estremece su alma.

Lilia descifra los jeroglíficos del alma, auscultado la ciencia, donde afirma su condición de poeta vitalicia, siempre en busca de los orígenes de tanto tormento acumulado, pero solo ve la ciudad con sus palacios de cemento y hombres jugando a soldaditos de plomo en el escenario inconcebible de la injusticia y la desigualdad. “A hurtadillas por nervios/ de ciudad/ soy el asfalto que espía/ los secretos”. “Vivo en un cuarto/ ausente de menciones….con un diamante/ por esculpir/ en el bolcillo” (Tomado de “Límites fragmentados”).


La poesía de Lilia, perseguida por fragancias inmortales, asume una posición vertical frente a la vida, en fulminante evocación de las teorías materialistas, donde se esconden biólogos, evolucionistas, astrónomos que han hecho avanzar el carruaje de la humanidad, la voluntad de Kepler, la irreverencia de Carl Sagan y la franqueza de Darwin “Una especie de niebla que reenvía permanentemente, a la memoria una memoria sobre la memoria y cada memoria borrando todo recuerdo…”, nos dice Ángel Gavilondo, de la Universidad Autónoma de Madrid. En la poesía de Lilia se desliza la simbiosis de la verdad científica, sobre una nueva verdad asida de la realidad y entretejida con la savia de sus versos: “Antes que la noche/ cubra el valle/ las ramas y los grillos/ ensayan su función/ en el musgo del río” (Tomado de “Armonía”). “Cuando/ la hoja culmina/ su destino/ atada al tallo/ se lanza/ a otra dimensión/ de ópalos y de ocres” (“Libertad”).


Los versos de Lilia, otean el paisaje, sin otorgarles un destino. Simplemente están ahí para verificar la ausencia y la constatación del imposible. En ella los versos no tocan, acarician, no describen, mencionan. Ante la imposibilidad de la niebla, dan cuenta remota de la existencia intangible de las cosas. La niebla es el pretexto para pensar, una evidencia de la lejanía entre el pensamiento y la palabra.


Lo aparente nos sorprende para fortuna del texto poético, circuido de soles y amargas decepciones precisamente por la imposibilidad de nombrar las transgresiones del pensamiento, el estar fuera “tanto para ver como para ser visto” de Gabilondo. Aquí el verso esconde la lejanía de lo aparente en un simulacro de verdades sueltas al azar: “Basta el roce de una hoja/ la caída de un pequeño tallo/ el caminar de un insecto/ y en el agua aflora/ su emoción antigua”.

La obra poética de Lilia, es producto de un alma en busca de la belleza interior, de donde surge con la suave evanescencia de los gladiolos en invierno para entregarnos una poesía hecha travesía en los terrenos de las contradicciones mundanas.