jueves, 16 de enero de 2014

PACTO NO CUMPLIDO






PACTO NO CUMPLIDO

“El Alto de las Yeguas”
allá en Guacamayas,
es lugar de apariciones.
Dicen que allá el viento
inventa formas humanas.
Filemón Rivero conocía
El “Alto de las Yeguas”
allá en Guacamayas.

Allá firmó su pacto con el diablo
un 18 de enero de  de 1908
y allá empezó su rica hacienda
de caballos, frutales y ganado.
En ese lugar la luz se apaga
en una fosforescía de fantasmas,
y allá fue la noche de la entrega,
a despedirse para siempre de su alma.


Pero Filemón fue con el cura del pueblo
 eso lo salvó,
porque en esos trances
entre Dios y el diablo
pudo más la astucia del humilde jornalero
y derrotado Satanás
vagó por siglos
de “La Loma de las Yeguas”
a todos los zanjones
en largas quejumbres y lamentos.





EL SABIO DE LOS CAMINOS





ADIVINADOR DE CAMINOS.

Florentino Pinto intuía el maleficio
y los ladrones de novillos,
bajo la luna escarlata.
Podía ver a la distancia sin perturbarse
sin ni siquiera excusar a los bribones.

Al filo de la media noche,
solía presentir el signo
de algún dolor lejano;
veía en medio de dos mundos.
Él era el signo de un sortilegio oculto
algún vestigio
entre Dios y los humanos.

Florentino Pinto podía ver
en los signos de las manos
el destino o la zanja de un delirio;
podía ver con los ojos cerrados,
en las calles empedradas,
el lance de un cuchillo
o el desliz de una doncella.
-Hablaba con las ánimas,
 ese era su secreto,
decían las mujeres
entre fascinadas y asustadas.

-Sabía los secretos del más allá,
decían otras.
No se inmutaba al comulgar,
conservaba la calma y el sosiego.
Así rescató, bueyes, bestias y dinero
en poder de bandoleros y asaltantes.
Florentino Pinto veía el paso de las horas,
podía ver  con los ojos cerrados.
Hoy su leyenda se dibuja con temor
en los quicios de las puertas.
Razones ocultas,
o el misterio de las gentes humildes
y las cosas simples.


LA SOMBRA DEL GUERRERO






LA SOMBRA DEL GUERRERO


En “Los Hortigos” se alza
  la leyenda de Felix Sandoval;
dicen que podía aparecer
en dos sitios a la vez.
Junto a la imponente casa
cercada por vientos eternales,
al arrullo de chirimoyas y guánabanos,
una piedra musgosa y gris,
esconde el gran misterio;
allí aparecía y desaparecía
ese guerrero de atrevida faz,
encantador de mujeres,
terror de los ejércitos.


La noche era propicia,
la brisa reía en los cañadulzales
y la luna llena,
cuchicheaba entre las hojas.
Juán Crisóstomo Puentes
y Raymundo Vásquez
llegaron a la piedra
entrada de la guarida
del héroe de la guerra
de los mil días, Felix Sandoval.

Los intrusos, develar quisieron el misterio,
pero cada vez que lo intentaban,
se oían golpes de martillo al otro lado,
como si trajeran quejidos de otro mundo.
A cada intento más golpes y quejidos,
arenas de lamentos, rescoldo de emociones.
Por ahí desaparecía Felix Sandoval,
como si tuviera pactos con el más allá.
Asustados de tantos lamentos encontrados,
huyeron a la casa del “Juncal”.

A Raymundo le fue asignada una alcoba,
con aldabas y cerrajes
pero al apagar la luz de los pabilos,
la puerta se abría con vientos y quejidos;
de nada valían el credo
y el “Padre nuestros que estás en los cielos”,
la puerta volvía a abrirse a empellones
y quejidos de ultratumba.
Fue necesario decir: “No volveremos”
para que todo se calmara.


Los presagios de la noche
y los misterios del guerrero aquel,
se evaporaron en los sauces;
los cantos de los búhos,
se perdieron
en las tétricas aguas del silencio



POR EL ALTO DE OVEJERAS






POR EL ALTO DE OVEJERAS

Arañando la montaña trepa el bus, de Ignacio;
a veces  se queja, humea, rechina,
asciende por el alto de Ovejeras,
se pierde el color, una ave pareciera,
vadeando las laderas del sol.
En  el fulgente día avanza impecable,  perfecto,
precavido, desdeñoso y truhan,
quejido  de lata y de  motor por terrenos de Buraga.
“Hoy perdemos, mañana ganamos” dice Fortunata
libra de sal aquí, panela allá
todo es vender el mercado en carretera;

compradores ebrios de tabaco y trementina,
se desvanecen entre ayuelos y guayabos.

Nunca se sabrá si eran cantos invisibles
de un campamento abandonado,
desvarío de la tarde
por hilos invisibles
prestados a la noche,
el alto de Ovejeras trae esa confusión.





EL HOMBRE DE LOS ESPEJOS







EL HOMBRE DE LOS ESPEJOS

Del viejo lector de pergaminos
viene esa manía de escribir leyendas
donde los duendes se burlan de los vivos.
Segundo Castellanos era serio, austero,
antes de encender la luz del pueblo
revisaba en su baúl de apariciones:
la bella mujer de traje blanco
que rondaba tres veces
la pila de la plaza;

el ángel sangrante de la pila bautismal;
la mano sin brazo,
que se alzaba desde el patio al balcón
de los Veloza;

el desfile de las ánimas benditas
del templo a la loma de las bestias;
el canto sin memoria
de un monje sin cabeza,

“El Patas” deambulando
en noches siniestras
y las  brujas enhebrando
pepitas de agrás

en el atrio de la iglesia
cuando el padre Coronado,
las condenaba a ese suplicio.

Segundo Castellanos sabía esas historias
tatuadas en los rostros de fantasmas tristes


martes, 14 de enero de 2014

EL JINETE DEL RELÁMPAGO








EL JINETE DEL RELÁMPAGO
 Por: Alonso Quintín

Antonio Gayón,
obsesivo contador de historias,
veía pasar los caballos del silencio
sobre los párpados cerrados de la noche.
Antonio Gayón salió.
 Las sombras invadieron el pueblo.
Martina, le sirvió la última copa,
después se fue tanteando los cimientos,
por el camino de “La Palma”,
entre tonada y tonada,
al filo de una luna
que también se había marchado.


Oscuridad. Quietud. Vibración de grillos.
Chispas de cascos en las piedras…
jinete en el caballo negro de la noche.
Sin saber si era mentira a verdad aquel jumento,
siguió tarareando una inútil canción.
El frío cortaba la piel como un cuchillo.
De los rescoldos de la noche, brotó un relincho,
y un caballo de fuego,
pero a él le pareció un brioso corcel,
de enjaezadas riendas.

La noche se iluminó con un relámpago….
después todo quedó tinieblas.
-      ¡Antonio Gayón, suba al caballo!
o el que viene detrás lo acabará.
Sin saber cómo, resultó en ancas
y al instante en el patio de su propia casa.

Tres relinchos, trece vueltas,
Y al empedrado rodó el buen hombre….
jinete y alazán se los tragó la noche.
Antonio Gayón se despertó aturdido.

Vio el sol abrazador sobre el nevado;
percibió un cierto olor a azufre,
el pantalón y la ruana chamuscados
como si el tizón de la noche
le hubiera prendido fuego a sus ropajes.
Por un instante le pareció ver
la silueta del hombre del caballo
 arriba en la cuchilla
en el alto de los rayos.

El contador de historias se perdió
en la luz del amanecer de aquel 18 de enero
de 1952.








MACARAVITA EN IMAGENES II

La belleza de un pueblo engastada en el corazón  de sus paisanos como un tesoro inapreciable. Cortesía de los compatriotas.