EL
HOMBRE DE LOS ESPEJOS
Del
viejo lector de pergaminos
viene
esa manía de escribir leyendas
donde
los duendes se burlan de los vivos.
Segundo
Castellanos era serio, austero,
antes
de encender la luz del pueblo
revisaba
en su baúl de apariciones:
la
bella mujer de traje blanco
que
rondaba tres veces
la
pila de la plaza;
el
ángel sangrante de la pila bautismal;
la
mano sin brazo,
que
se alzaba desde el patio al balcón
de
los Veloza;
el
desfile de las ánimas benditas
del
templo a la loma de las bestias;
el
canto sin memoria
de
un monje sin cabeza,
“El
Patas” deambulando
en
noches siniestras
y
las brujas enhebrando
pepitas
de agrás
en
el atrio de la iglesia
cuando
el padre Coronado,
las
condenaba a ese suplicio.
Segundo
Castellanos sabía esas historias
tatuadas
en los rostros de fantasmas tristes
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