UNA
HOJA AL VIENTO.
Alguien
camina a mi lado sin hacer ruido…un jirón de niebla roza la mejilla.
Franz
Kafka.
A
la memoria de Efraín Gómez.
Sin
hacer ruido, como queriendo adivinar los acentos de la brisa entre los sauces o
meciendo los trigales, el alma intenta hallar respuestas en las tranquilas aguas
que se deslizan silenciosas, arriba del Jaguí, o en Pajarito, o en La Palma. Creo
que hasta el paisaje se detiene a meditar en esas cosas imposibles de explicar.
El pueblo asediado por los vientos del nevado, resiste estoicamente el paso de
los años. Muchas veces lo vio pasar con su sombrero grande, de medio lado, con
su bigote y su sonrisa franca un tanto misteriosa entre inocente y alegre. Decía
que su pueblo era lo más bello, y que nada cambiaría por aquellos tiempos de
matachines y madamas, cuando se apostaba al beso robado o al si y al no. Le encantaban
las gentes alegres y en los bailes del tres y de la trenza era diestro en
trazarles su moneda de regocijo. Los veía bailar y en sus ojos resplandecía su
perenne juventud como si quisiera vivir eternamente. Era su oficio hacer
amigos, y servir a los demás, como en los tiempos difíciles cuando entraban y
salían grupos armados por los cuatro costados del pueblo a entregarles
etiquetas de horror a los asustados habitantes, quienes evocaban viejas
historias de bandidos con etiquetas de los partidos liberal y conservador.
Efraín
Gómez, era un hombre recio, hecho a punta de trabajo y de mucho trajinar por
los caminos donde hallaba a los arrieros, contando historias perdidas en los
pergaminos del silencio. Dón Rosario y Doña Tomasa, le enseñaron el oficio de
la honestidad y el respeto que se debe guardar a los asuntos sagrados, tal vez
por eso fue un devoto siempre presto a implorarle a Dios del cielo, por la vida
de este pueblo, al que le consagró su vida, su fe, su devoción y sus mejores
días. Emprendía temprano el día, después de un buen café y le enseñaba a sus
hijos, que el trabajo es la mejor virtud y que la gloria de un pueblo es de las
gentes humildes que se levantan pronto a emprender el surco, a ayuntar los
bueyes y a cantarle salmos de amor a la verdad.
Él
tan atento y distinguido, solía hacerle honor a la sentencia “Tras el vivir y el soñar está lo que más importa: Despertar”.
Su lema fue la honradez y la disciplina, de donde procede la templanza del
espíritu para soportar las vicisitudes de este mundo.
Efraín
Gómez, sabía que la verdad también se inventa pues al fin y al cabo la vida de
un hombre es el inveterado invento de los dioses, tras el laberinto de la
verdad. Intuía aquello de la inutilidad de la belleza, pues el hombre es “cosa
vana variable y ondeante”, como decía Montagne. En sus negocios, con Ovidio
Leguizamón, o con su tío Noé, o con Oscar, o con el profe Andrés López o con los vendedores de frutas de Capitanejo, o
con los ganaderos o con los tabacaleros, siempre tuvo muestras de grandeza por su honor, su
fidelidad a la palabra empeñada y a la categoría contundente de sus
compromisos. Atento a cuanto le fue posible para que su pueblo tuviera el
nombre que merece entre sus paisanos, siempre mantuvo una actitud de elevado
respeto y gratitud por quienes afirman la integridad de sus gentes. Creo que
soñaba más de la cuenta, porque veía en cada rostro la distancia del alma y la
belleza. Solía intuir quien decía la verdad y quien mentía como si tuviera el
don de la ubicuidad. Poco escapaba a su inteligente manera de mirarse en el
espejo de la vida.
Ahora
cuando todo se parece al olvido, y alguien inventa esta partida sin regreso
posible, afloran uno a uno sus ademanes, sus facciones precisan para
identificar los detalles y trazarle senderos a sus hijos, para amar a los suyos
y hacerse imprescindible en las lides de este pueblo. Él, que compartía por igual con adinerados
comerciantes y con humildes jornaleros, entendía de qué está hecha la
naturaleza humana y en qué lugar se esconden los odios, los rencores que nos
hacen proclives a la bajeza mundana.
Ahora,
cuando todo empieza a desvanecerse en el horizonte, y una hilera de por qués nos asedia en silencio, evocamos
su nombre inscrito en la nobleza del pueblo, y en el oratorio del templo. No olvidaremos
sus palabras, sus razones de efecto y su indefinible apego a la historia del
pueblo que lo recordará en la sabia altivez de la memoria y endulzará los pasos
de quienes quedamos por estos caminos pedregosos, buscando alivio a nuestras
penas.
Una
aureola de tristeza ronda el alto de los rayos, y de allí a la peña del tambor
donde sus ojos, paseaban alegres sus remotos sueños, sus encumbrados propósitos
y sus quejas para destronar de tristeza a los días cuando la agobiante fatiga,
impedía el paso de las horas.
Prefiero
recordarlo audaz, solícito y valiente ante las adversidades de las que nunca se
quejó; prefiero saberlo libre, transeúnte sideral, sin yugos ni ataduras,
arriba en los predios de Dios.
Que
su lección de integridad y de valor guíe por siempre a los habitantes de su
pueblo.
Hasta
siempre caro amigo.
Alonso
Quintín Gutiérrez Rivero
La historia de mi pueblo la escriben sus gentes en el trazo de sus miradas, en sus manos que se inclinan devotas al arado y la coyunta, Efráin Gómez, como Ovidio Leguizamón, Clodovaldo Figueroa, Efraín Hernández Arquimedes García, , .. nutren con sus vidas la leyenda del pueblo, Gregorio Puentes... construyen lelyendas de valor.
ResponderEliminar“Amar la tierra donde se nace…, hacer que en esta trasciendan los valores…, soñar más de la cuenta…, respetar los designios de DIOS…, demostrar actitudes de respeto y gratitud…,” día tras día mi tío Efraín al igual que sus herman@s, de los que hace parte mi madre, nos han dado su todo y lo siguen haciendo junto con sus espos@s para formarnos a nosotros sus hijos. Siempre con la firme convicción de que trascenderemos con la fuerza y la inteligencia que fue forjada por ellos en nuestro corazón y en nuestro ser.
ResponderEliminarJamás desfalleceremos y siempre seguiremos ese camino de majestuosidad que nos mostraron y por el que bendecidamente estamos caminando, siempre nos refugiaremos en ese lindo ejemplo que nos tiene impregnados muy adentro, herencia y pertenencia recibida de nuestros padres y nuestros abuelos.
Sr. Quintin, gracias por esas dedicadas letras y recordarnos la huella que ha dejado mi Familia y en especial mi tío Efraín en la tierra que los vio nacer. Mi tío ejemplo íntegro Santandereano que tanta falta hace seguir en nuestra sociedad y en nuestro país.
FELIPE ORJUELA GÓMEZ, hijo de ROSA GOMEZ y LUIS ORJUELA.