EL ALTAR DE LOS DIOSES
Por: Alonso Quintín Gutiérrez Rivero
“Cuanto mejor
es uno, tanto más difícilmente llega a sospechar de la maldad de los
otros”
Marco Tulio Cicerón.
Las
calles bogotanas, espejos de tantos transeúntes venidos de tantos lugares, tan
lejanos como sus conciencias, saben
muchas historias repetidas en las sombras o a cielo abierto. Saben de tranvías
soberanos y gentes sorprendidas en mitad de sus zozobras. Saben de fugitivos
agrestes venidos del fusil y la malaria. Saben de Gaitanes, de Galanes y de
Juanes, enjaulados en la misma jaula. Saben de virreyes otoñales y provenzales
damiselas, dadivosas de “La Patria Boba”. Saben de las trifulcas de
“Chulavitas” y “Legitimistas”, heredados de la demencia histórica de un país sin memoria. Saben de cachacos, de
esos que tomaban café en el “Automático” y se embriagaban con los versos de León de Greiff y
de tristes mercachiles que caminaban sin rumbo buscando su destino en cualquier
puerta o en cualquier lugar de mala muerte. Las calles de Bogotá, embadurnadas de
amarillo azul y rojo (más de azul y rojo, como lo atestiguan los tristes
episodios que llevaron a liberales y
conservadores a teñirse de crímenes y demandas descomunales), saben de la
longevidad de las premisas que nos hacen pequeños aposentos donde se deposita
la sordidez colombiana. Saben ellas, que en cada esquina un usurero espera, un
delincuente trasnocha, una mujer redime su nostalgia, un pastor ridiculiza a
los fieles, un anacoreta repasa sus paisajes internos, un jesuita, rememora la
victoria final sobre el cadáver de Jorge Eliecer Gaitán, un eremita se recuerda
así mismo la lejanía del poder, una
doncella se niega a retroceder ante un
halago, un hidalgo caballero se embrutece tomando whisky barato, un jornalero repasa la besana, mientras bosteza con desgano, un banquero atraviesa
el parque Santander haciendo cálculos mercantiles donde el país cabe de bruces
río abajo, un filipichín hace contorsiones presidenciales, un policía practica
el deporte extremo de jugar naipe, un esmeraldero se persigna con cien joyas,
un utilitarista de ultrasonido averigua los datos del último androide, un
ministro se rebaja a hablar con los de “Chocato” al pie, un peregrino pregunta
por un tal Melquiades o un tal Gabo o un tal Aureliano Buendía… todo parece
indagar por una identidad perdida en esta metrópoli, donde todo es posible: La
Universidad, el apostador de carreras, las bibliotecas enormes, los parques
macilentos de agobiadores paseantes, el teleférico, el trasnmilenio, los muy
conocidos, los sin nombre, los desplazados, las marionetas de la farándula, los
medios de comunicación y el señor presidente con su corte de parlamentarios
lánguidos de tanto contestar lista a
deshoras. La ciudad recibe a todos por
igual, con sombrero de jipijapa, o con sombrero voltiao, con remilgos de
terrateniente y simplemente “Patirrajaos”. La ciudad, enaltece a unos, humilla
a otros y embrutece a muchos.
De
ese país de la “Carranga”, de ruana arremangada, y de coyunta pelada, surge una
sociedad llena de estigmas: de desplazados, arribistas, politiqueros de medio
pelo, militares remilgados que se maquillan antes asomarse a los noticieros de
televisión, congresistas corruptos, paramilitares, guerrilleros, Urabeños,
Aguilas negras y toda esa laya de engendros. Sin embargo, a ese país
pertenecemos. A él nos debemos y en él nos sumergimos en el diario vivir.
Las
universidades cumplen su oficio de educar, para un país desconocido, donde la
retórica del miedo, parece el más precioso discurso. La apología de la
discordia con rostro amable. Pero la universidad es otra cosa. Allí se debaten
las ideas. Se instruye en eso que Cicerón enfatizaba con mucho empeño: “Cuando
los tambores hablan, las leyes callan”. Hay un lenguaje que tal vez en
“Enemigos” de Vicky, se resuelva mejor. La formación académica es la garantía
para emplazar una sociedad puesta en duda por la propias instituciones.
Macaravita,
acaba de anotarse un nuevo triunfo con el grado de abogada de la Universidad
Nacional de CATALINA GUTIÉRREZ GÓMEZ, hija
de José Valeriano Gutiérrez Rivero y Zayde Gómez Rivero. Un triunfo que cuesta
un arpegio en la consagración de un país sitiado por las leyes y por sus
intérpretes. En ella descansa una esperanza, para reivindicar el encargo
profesional del abogado para interpretar y entender una sociedad enrarecida por
los tiempos modernos. En ella Macaravita, pone sus esperanzas para encontrar la balanza, hace tiempo
perdida de la justicia. En ella, está el honor y el orgullo de un pueblo, de
una familia, de una comunidad. Macaravita está de fiesta y la fiesta durará
mucho tiempo. Ella se une a los brillantes exponentes de la Universidad
Nacional hijos de Macaravita, que asombran el mundo con su inteligencia y
preocupación por el bienestar de la humanidad. Sabe Catalina que en cada rostro
asoma el vestigio de una historia escrita por las manos del destino y que para
llegar lejos, se ha de estar dispuesto a la constancia y sacrificio para pulir el
tesoro espiritual. Su tarea está llamada a dignificar la profesión y la
grandeza de este pueblo.
Catalina,
dueña de una especial sensibilidad por lo social, inteligente y sabia, sabrá
descifrar el camino que ahora comienza en ese largo y enigmático sendero de la
jurisprudencia, por donde deambulará siempre en defensa de los débiles,
inscrita en la verdad y la virtud que debe rodear al buen profesional. El
derecho, es un arribo a eso que la ley inventó para castigar a los hombres
cuando se infringe la estabilidad de una comunidad o de un individuo. Diríase
que es la infracción a una ley natural, lejos de los embelecos humanos, pero
como estamos en un mundo donde el poder
siembra de piedras el camino, habrá de incursionar en el difícil arte de
discutir con el estado por qué hace del hombre un simple pretexto de pretensiones
nada sacrosantas a la hora de medir las culpas, así como si Dios siempre
estuviera de su parte, así como Voltaire no respetó a los defensores de la fe,
de quienes decía refiriéndose a la santa inquisición que eran santos doctores
vestidos con plumas de lechuza y Milton nos respetó a los defensores de Carlos
I.
A
Catalina, corresponde ahora, navegar por el tejido social buscando una razón
para defender, conforme lo ordena la ley colombiana y claro, sus propias
convicciones, y aunque el abogado debe hablar, no hay que olvidar que "La primera virtud es frenar la lengua, y es casi un dios
quien teniendo razón sabe callarse" dice el sabio.
Tal vez Catalina se acuerde ahora cuando al llegar a ese
pueblo monolítico, dónde su padre le
había dicho que había bulla de matachines en el aire, y una cierta nostalgia por el Mohán de “La
Peña del Tambor”, se maravilló al ver el
nevado y en esas calles la suerte de una comunidad arrasada por el oleaje del
olvido, o tal vez el aire limpio la hizo exclamar: este pueblo me gusta porque
aún no está contaminado por la modernidad.
No sabía ella, que al llegar empezaba a formar parte de los sueños
perdidos, y las historias mal contadas que aún andan detrás de los quicios de
las puertas atormentando a sus habitantes. Que este pueblo sometido a los
vientos del nevado, también fue sometido a los vientos de la intemperancia
partidista y que más allá de la aparente realidad, parpadea un panorama de
humillante decepción en el desamparo del gobierno nacional. Que no ha valido el
clamor de Edbertho Leál, ni el empeño de los habitantes por alejar el aire
inmisericorde del recuerdo, para vivir
en paz.
Pero, "Lo que embellece al desierto es que en alguna
parte esconde un pozo de agua" al decir de Antoine de Saint-Exupery Escritor francés y eso
esperamos: encontrar la fuente dónde beber el agua fresca donde se refugie la
historia y no haya corazones atormentados, pues Macaravita es más que un lugar
de comerciantes y capítulo de episodios mal contados: es el lugar donde se
levanta temprano el sol y se refugia al atardecer tras del alto de los rayos a
meditar la grandeza de estas gentes.
Catalina:
recuerda que un hombre de virtuosas palabras no siempre es un hombre virtuoso,
como dijo Confucio. Cada palabra en este oficio y en el de todos los seres
humanos, ha de consultar por el réquiem de quien las escuche a deshoras. La
universidad lo habrá dicho con más cautela, con más profundidad, con más
acierto. Cada palabra es un tesoro para quien la sabe utilizar y una ruina para
quien la administra mal. Que su camino sea siempre la verdad, aunque de ella
vitupere el mundo.
Macaravita
está de fiesta. Otra profesional y otra esperanza.
Suerte
Calatina.