Publicado
Cronopios
Apuntes
de ciudad
Por
Lilia Gutiérrez Riveros
Con
una mañana plena de sol en la espalda, un paraguas en la mano, por si
el
tiempo varía en esta ciudad de todas las primaveras del mundo y un papel
de
diligencia por resolver en la revista El Búho, que recientemente me envió
su
Director Omar Ospina, salgo a cumplir una diligencia ciudadana. El papel
señala
el artículo que aún leo La captura de lo sagrado, de Cristóbal Zapata.
Con
la revista, llego al centro de la Bogotá de siempre que acoge a todos los
andantes.
Apenas suelto mis pasos en la acera del Museo del Oro, ahí en
plena
carrera 7ª con Jiménez donde los transeúntes asumen la orientación de
sus
preocupaciones, de sus afanes y de sus alegrías, camino entre los pasos
alquilados,
llego al parque Santander porque llevo también el afán de cumplir
Entro
en ese espacio de sorpresas y allí una Feria del Libro, de mesas y
estantes
donde se cruzan colecciones antiguas, medianas, revistas periódicos,
estantes
que ofrecen panelitas, obleas, bocadillos veleños, cuanto dulce
amoroso
se produce en Colombia y una serie de artesanías, entre collares,
mochilas
tejidas, bufandas, atrapasueños y toda suerte de curiosidades y
luego,
escuchar las flautas y la quena como surgiendo de la fuente para
conquistar
los oídos y los rostros, que siguen el ritmo con sus pasos.
Y me
voy adentrando entre los volúmenes que muestran haber sido trajinados
y
leídos por algunos viajeros que quizá estén en otra órbita del tiempo, quizá
inmiscuidos
en otros volúmenes donde ojalá encuentren tesoros parecidos a
los
que ofrece esta mitad de mañana plena de sol y regocijo entre los libros.
Entonces
el vendedor me dice: - de ese montón de libros 3 por $ 10.000.oo- y
voy
revisando algunos, como la colección de bolsillo de la Oveja Negra, la otra
colección
de Colcultura y me asalta la realidad de saber que el Estado perdió
el
deber de editar y difundir la producción de los testigos de la historia: los
escritores,
conciencia de la vida.
Entre
unas revistas asoma un volumen: Hombres y mujeres de palabra en cuya
contracarátula
aparecen Ignacio Ramírez y Olga Cristina Truiago con la sonrisa
de
haber logrado entregar a los lectores su esfuerzo constante, un libro que ha
pasado
por varias manos durante un par de décadas.
Sigo
caminando e inmiscuyéndome entre este mar renovado de libros y
revistas.
Entonces encuentro unos ejemplares sueltos de Gato Encerrado,
abro
sus páginas y salen a flote cuentos, poemas y ensayos de unos cuántos
jóvenes
escritores que lanzaban su fortaleza en las páginas de los años
ochentas.
Allí el esfuerzo de Benhur Sánchez Suárez, Isaías Peña, Fernando
Soto
Aparicio, Eutiquio Leal con la incansable Mariela Zuluaga. Pasan otros
ejemplares
de Puesto de Combate con la tenacidad de Milcíades Arévalo, otros
más
recientes de la revista Ulrika, con las voces poéticas a flor de piel.
No sé
si tengo nostalgia y vuelvo a atrapar Carta al padre de Kafka, sé
que
tengo varios ejemplares en casa, pero este quizá requiera que lo raye
con
un color, con un lápiz distinto. Y sigo pasando, repasando, mientras el
muchacho
del carrito me ofrece un helado casero de coco o maracuyá, quizá
de
guanábana. Sorprendida en el deleite asumo la guanábana para continuar
con
la mirada pausada entre estos amigos incansables.
Todo
pasa en este desfile de nostalgia entrecruzado con el olvido. Al dar
la
vuelta me encuentro con una canción de Fausto ...Susana, Susana estoy
loco
por tu amor.. Que el vendedor de discos pronto cambia por la voz
de
Piero: ...Es un tipo mi viejo....la edad se le vino encima/ sin carnaval ni
En
una nueva mesita, que apenas se está acomodando, un ejemplar de Venga
le
digo de Benhur Sánchez Suárez y vuelvo y pienso que el protagonista
de
este libro no es el loco y que Sánchez Suárez continúa mostrándole al
mundo
su narración con el gran testimonio del sentir humano de la violencia
del
siglo XX en Colombia. Ahí también seguido, casi pegado, un ejemplar
de
Los perseguidos de Andrés Elías Flórez Brum. Los dos ejemplares de las
primeras
ediciones, trajinados por el tiempo y quizá porque traen el recuerdo
de la
lectura de unos cuantos ojos que se detuvieron una mañana o una tarde
o
pasaron una noche, quizá un fin de semana compartiendo el encuentro con
Sigo
caminando por esas leves callecitas entre las mesas de libros, con esos
asombros
que se convierten en recuerdo, nadie se precipitaría a salir de allí.
Un
volumen, casi recién leído de Los héroes perdidos con la máxima expresión
poética
de Matilde Espinosa. De repente alguien llega a hacer el intercambio
y
ofrece Con la venia de los heliotropos, la poesía que camina de Eugenia
Sánchez
Nieto, o Yuyin como la llaman sus amigos. De la mano del vendedor
vecino,
llega y se acomoda un ejemplar De las cosas pequeñas de Nora
Puccini
de Rsoado; después, como adivinando que se requiere de un alivio,
aparece
un niño con el libro Aspirina al corazón de Joaquín Peña Gutiérrez y
luego
otro ejemplar pegado casi a una enciclopedia, es El laberinto de José
Luis
Díaz-Granados, de la primera edición, ahí suelto y una grabadora que
sube
el volumen con el poema musicalizado Alba Marina.
Sigo
con mi andar lento. Como si saltara de la mesa un ejemplar de Literatura
del
Frente Nacional de Isaías Peña. Entonces recuerdo las columnas de El
Tiempo
y del Espectador de Isaías y de Ignacio Ramírez, el trabajo constante y
dedicado
de Juan Manuel Roca en el Magazín, el único Magazín de Literatura
que
ha existido en el Espectador, esfuerzos que fueron cortados de un tajo
para
dar paso a los asuntos de la guerra.
Sigo
pasando y repasando. De una esquina sale como haciendo guiños un
ejemplar
de Cesare Pavese El oficio de vivir. Me detengo y
diálogo
entre los libreros. También ellos intercambian sus aventuras de haber
sobrevivido
entre cuentos, novelas, poemas, textos escolares, enciclopedias,
periódicos
y revistas. Un encuentro que ha levantado vidas, ahora se ven
sonrisas
acompañadas quizá de unas cuantas canas, anécdotas, amores,
puertas
que se abrieron y otras cuantas que quedaron cerradas en el absurdo.
La
fortaleza de estas gentes se nota en la manera de cuidar los libros, las
colecciones,
como su diario vivir. Pero este encuentro durará sólo este día
porque
se tendrá que dar paso a nuevas instancias del comercio.
En la
siguiente mesa encuentro algunos ejemplares de la biblioteca personal de
Borges
y luego el libro Letra para salsa con final cortante de Iván Égüez. Con
algo
de sorpresa, comprendo el afán de una señora que me arrebata el libro
de
las manos y lo lleva a su nuevo destino. Queda grabada en mi memoria la
carátula
del maestro Germán Londoño y la expectativa de volver al libro.
En
medio de unos cuántos textos escolares salta La insoportable levedad
del
ser de Milán Kundera. Y sé que este sol de verano, en una mañana
espléndida,
es un paréntesis de vida en esta cuidad que sabe de urgencias,
de
cumplimiento de horarios, de tragedias, que sabe de festivales de teatro,
de
conciertos al aire libre, de lluvias y caminatas por la carrera séptima, en el
corazón
de esta urbe que vibra y se emociona cada día.
A
estas alturas con el sol en la espalda unos cuantos libros y un delicioso
helado,
no logro recordar qué diligencia debo hacer en el centro de la ciudad.
Lo
cierto es que no debería estar en el parque Santander y menos revisando
libros
de alegría y de nostalgia. No sé si el tiempo afecta mi memoria y empiezo
mi
regreso a casa, cuando descubro por accidente que debo pagar un recibo
de
impuesto y que el plazo vencerá antes que culmine el día. Por esa razón,
por
suerte para soportar esperas, llevo conmigo un estupendo ejemplar de la
revista
El Búho que me permitirá con sus cuentos, sus ensayos, sus poemas,
sobrevivir
a las urgencias cotidianas. Sigo leyendo ese maravilloso ensayo La
captura
de lo sagrado, de Cristóbal Zapata, que implica el saber abordar el
instante,
ejercicio que se practica toda la vida para lograr atrapar un verso, una
palabra,
un signo, quizá un esPublicado Cronopios
Apuntes
de ciudad
Por
Lilia Gutiérrez Riveros
Con
una mañana plena de sol en la espalda, un paraguas en la mano, por si
el
tiempo varía en esta ciudad de todas las primaveras del mundo y un papel
de
diligencia por resolver en la revista El Búho, que recientemente me envió
su
Director Omar Ospina, salgo a cumplir una diligencia ciudadana. El papel
señala
el artículo que aún leo La captura de lo sagrado, de Cristóbal Zapata.
Con
la revista, llego al centro de la Bogotá de siempre que acoge a todos los
andantes.
Apenas suelto mis pasos en la acera del Museo del Oro, ahí en
plena
carrera 7ª con Jiménez donde los transeúntes asumen la orientación de
sus
preocupaciones, de sus afanes y de sus alegrías, camino entre los pasos
alquilados,
llego al parque Santander porque llevo también el afán de cumplir
Entro
en ese espacio de sorpresas y allí una Feria del Libro, de mesas y
estantes
donde se cruzan colecciones antiguas, medianas, revistas periódicos,
estantes
que ofrecen panelitas, obleas, bocadillos veleños, cuanto dulce
amoroso
se produce en Colombia y una serie de artesanías, entre collares,
mochilas
tejidas, bufandas, atrapasueños y toda suerte de curiosidades y
luego,
escuchar las flautas y la quena como surgiendo de la fuente para
conquistar
los oídos y los rostros, que siguen el ritmo con sus pasos.
Y me
voy adentrando entre los volúmenes que muestran haber sido trajinados
y
leídos por algunos viajeros que quizá estén en otra órbita del tiempo, quizá
inmiscuidos
en otros volúmenes donde ojalá encuentren tesoros parecidos a
los
que ofrece esta mitad de mañana plena de sol y regocijo entre los libros.
Entonces
el vendedor me dice: - de ese montón de libros 3 por $ 10.000.oo- y
voy
revisando algunos, como la colección de bolsillo de la Oveja Negra, la otra
colección
de Colcultura y me asalta la realidad de saber que el Estado perdió
el
deber de editar y difundir la producción de los testigos de la historia: los
escritores,
conciencia de la vida.
Entre
unas revistas asoma un volumen: Hombres y mujeres de palabra en cuya
contracarátula
aparecen Ignacio Ramírez y Olga Cristina Truiago con la sonrisa
de
haber logrado entregar a los lectores su esfuerzo constante, un libro que ha
pasado
por varias manos durante un par de décadas.
Sigo
caminando e inmiscuyéndome entre este mar renovado de libros y
revistas.
Entonces encuentro unos ejemplares sueltos de Gato Encerrado,
abro
sus páginas y salen a flote cuentos, poemas y ensayos de unos cuántos
jóvenes
escritores que lanzaban su fortaleza en las páginas de los años
ochentas.
Allí el esfuerzo de Benhur Sánchez Suárez, Isaías Peña, Fernando
Soto
Aparicio, Eutiquio Leal con la incansable Mariela Zuluaga. Pasan otros
ejemplares
de Puesto de Combate con la tenacidad de Milcíades Arévalo, otros
más
recientes de la revista Ulrika, con las voces poéticas a flor de piel.
No sé
si tengo nostalgia y vuelvo a atrapar Carta al padre de Kafka, sé
que
tengo varios ejemplares en casa, pero este quizá requiera que lo raye
con
un color, con un lápiz distinto. Y sigo pasando, repasando, mientras el
muchacho
del carrito me ofrece un helado casero de coco o maracuyá, quizá
de
guanábana. Sorprendida en el deleite asumo la guanábana para continuar
con
la mirada pausada entre estos amigos incansables.
Todo
pasa en este desfile de nostalgia entrecruzado con el olvido. Al dar
la
vuelta me encuentro con una canción de Fausto ...Susana, Susana estoy
loco
por tu amor.. Que el vendedor de discos pronto cambia por la voz
de
Piero: ...Es un tipo mi viejo....la edad se le vino encima/ sin carnaval ni
En
una nueva mesita, que apenas se está acomodando, un ejemplar de Venga
le
digo de Benhur Sánchez Suárez y vuelvo y pienso que el protagonista
de
este libro no es el loco y que Sánchez Suárez continúa mostrándole al
mundo
su narración con el gran testimonio del sentir humano de la violencia
del
siglo XX en Colombia. Ahí también seguido, casi pegado, un ejemplar
de
Los perseguidos de Andrés Elías Flórez Brum. Los dos ejemplares de las
primeras
ediciones, trajinados por el tiempo y quizá porque traen el recuerdo
de la
lectura de unos cuantos ojos que se detuvieron una mañana o una tarde
o
pasaron una noche, quizá un fin de semana compartiendo el encuentro con
Sigo
caminando por esas leves callecitas entre las mesas de libros, con esos
asombros
que se convierten en recuerdo, nadie se precipitaría a salir de allí.
Un
volumen, casi recién leído de Los héroes perdidos con la máxima expresión
poética
de Matilde Espinosa. De repente alguien llega a hacer el intercambio
y
ofrece Con la venia de los heliotropos, la poesía que camina de Eugenia
Sánchez
Nieto, o Yuyin como la llaman sus amigos. De la mano del vendedor
vecino,
llega y se acomoda un ejemplar De las cosas pequeñas de Nora
Puccini
de Rsoado; después, como adivinando que se requiere de un alivio,
aparece
un niño con el libro Aspirina al corazón de Joaquín Peña Gutiérrez y
luego
otro ejemplar pegado casi a una enciclopedia, es El laberinto de José
Luis
Díaz-Granados, de la primera edición, ahí suelto y una grabadora que
sube
el volumen con el poema musicalizado Alba Marina.
Sigo
con mi andar lento. Como si saltara de la mesa un ejemplar de Literatura
del
Frente Nacional de Isaías Peña. Entonces recuerdo las columnas de El
Tiempo
y del Espectador de Isaías y de Ignacio Ramírez, el trabajo constante y
dedicado
de Juan Manuel Roca en el Magazín, el único Magazín de Literatura
que
ha existido en el Espectador, esfuerzos que fueron cortados de un tajo
para
dar paso a los asuntos de la guerra.
Sigo
pasando y repasando. De una esquina sale como haciendo guiños un
ejemplar
de Cesare Pavese El oficio de vivir. Me detengo y
diálogo
entre los libreros. También ellos intercambian sus aventuras de haber
sobrevivido
entre cuentos, novelas, poemas, textos escolares, enciclopedias,
periódicos
y revistas. Un encuentro que ha levantado vidas, ahora se ven
sonrisas
acompañadas quizá de unas cuantas canas, anécdotas, amores,
puertas
que se abrieron y otras cuantas que quedaron cerradas en el absurdo.
La
fortaleza de estas gentes se nota en la manera de cuidar los libros, las
colecciones,
como su diario vivir. Pero este encuentro durará sólo este día
porque
se tendrá que dar paso a nuevas instancias del comercio.
En la
siguiente mesa encuentro algunos ejemplares de la biblioteca personal de
Borges
y luego el libro Letra para salsa con final cortante de Iván Égüez. Con
algo
de sorpresa, comprendo el afán de una señora que me arrebata el libro
de
las manos y lo lleva a su nuevo destino. Queda grabada en mi memoria la
carátula
del maestro Germán Londoño y la expectativa de volver al libro.
En
medio de unos cuántos textos escolares salta La insoportable levedad
del
ser de Milán Kundera. Y sé que este sol de verano, en una mañana
espléndida,
es un paréntesis de vida en esta cuidad que sabe de urgencias,
de
cumplimiento de horarios, de tragedias, que sabe de festivales de teatro,
de
conciertos al aire libre, de lluvias y caminatas por la carrera séptima, en el
corazón
de esta urbe que vibra y se emociona cada día.
A
estas alturas con el sol en la espalda unos cuantos libros y un delicioso
helado,
no logro recordar qué diligencia debo hacer en el centro de la ciudad.
Lo
cierto es que no debería estar en el parque Santander y menos revisando
libros
de alegría y de nostalgia. No sé si el tiempo afecta mi memoria y empiezo
mi
regreso a casa, cuando descubro por accidente que debo pagar un recibo
de
impuesto y que el plazo vencerá antes que culmine el día. Por esa razón,
por
suerte para soportar esperas, llevo conmigo un estupendo ejemplar de la
revista
El Búho que me permitirá con sus cuentos, sus ensayos, sus poemas,
sobrevivir
a las urgencias cotidianas. Sigo leyendo ese maravilloso ensayo La
captura
de lo sagrado, de Cristóbal Zapata, que implica el saber abordar el
instante,
ejercicio que se practica toda la vida para lograr atrapar un verso, una
palabra,
un signo, quizá un espacio para el silencio.pacio para el silencio.
Adiós
a Matilde Espinosa
LILIA
GUTIÉRREZ RIVEROS
ligur2200@yahoo.es
La
máxima voz de la poesía colombiana del siglo XX acaba de partir. Pero
ella,
como su obra es inmortal. Matilde superó la barrera de lo individual, con su
fortaleza
de conciencia colectiva nos enseñó a pensar en plural.
Por
razones de las clasificaciones se le conoce como precursora de la poesía
social.
Sin embargo, hay que dejarse contagiar de la magia de su creación,
buscar
el objetivo, regocijarse en la mente y el corazón de su literatura. Ella
misma
dijo en 1955: hay que sacar el corazón a la calle, para que sienta en la
calle.
También le escuché decir algún día que uno de sus paseos predilectos
es ir
a la calle y observar. Y es justamente en 1955 cuando empieza a publicar
sus
libros: Los ríos han crecido, luego Por todos los silencios, Afuera las
estrellas,
Pasa el viento, El mundo es una calle larga, Memoria del viento,
Estación
desconocida, Los héroes perdidos, Señales en la sombra, La
sombra
en el muro, La poesía de Matilde espinosa, con selección y prólogo
de
Guillermo Martínez.
Al
escucharla hablar se siente la voz futurista, la conciencia colectiva. La obra
de
Matilde Espinosa es el puente que teje la poesía con la historia del sentir
humano
de un país que a pasos de gigante tropieza entre el dolor, la agresión
Conocí
a Matilde por esas casualidades, cuando uno va revisando y el azar
le
brinda un tesoro que llama desde un libro y uno se deslumbra y se deja
atrapar
por ese gran brillo. He abordado la obra de esta gran escritora desde
finales
de los ochentas y desde entonces, puedo releerla todos los días con
la
seguridad de llegar siempre a la creación renovadora. Tengo –o debo decir
tuve-
la fortuna de contar con su amistad y su sabiduría.
Me
confieso lectora que ha aprendido a través de sus libros a degustar cada
palabra,
cada silencio, la decantación de cada imagen y el contenido profundo
que
aflora de sus páginas.
Basta
con darse la oportunidad de abrir una de sus páginas para apreciar la
gran
capacidad renovadora de la poesía, cada estrofa es el equivalente a una
imagen
y acaso algunos de sus poemas son una sola imagen. Siempre el sentir
humano,
siempre la conciencia colectiva.
LOS
OCULTOS DONES
Saber
callar
en el
instante mismo de la pena
cuando
los labios -roto temblor-
entierran
la palabra y el sollozo.
No
recordar el nombre
de
quien alguna vez
nos
hizo daño.
Ignorar
la mirada
que
te empaña la hora
de un
transparente día.
Dolerte
de la bestia
pequeña
y extraviada,
dolerte
de su sed.
Abrirle
espacio puro
al
pájaro que equivocó su vuelo
y
tropezó en tu espejo.
Escuchar
a los niños
como
si fueran viejos
y
tomar sus palabras
con
el gozo infantil
de un
recodo lejano.
Saber
llegar a tiempo
y
colmar de esperanza
la
ansiedad del que espera.
Entender
las criaturas
sabiendo
que sus gestos
son
el lenguaje claro
que
nos descubre el mundo
que
llevamos por dentro.
Matilde
Espinosa, Del libro Memoria del viento, incluido en la selección
Poesía de dos
Continentes.
Adiós a Matilde
Espinosa
LILIA GUTIÉRREZ
RIVEROS
ligur2200@yahoo.es
La máxima voz de la
poesía colombiana del siglo XX acaba de partir. Pero
ella, como su obra es
inmortal. Matilde superó la barrera de lo individual, con su
fortaleza de
conciencia colectiva nos enseñó a pensar en plural.
Por razones de las
clasificaciones se le conoce como precursora de la poesía
social. Sin embargo,
hay que dejarse contagiar de la magia de su creación,
buscar el objetivo,
regocijarse en la mente y el corazón de su literatura. Ella
misma dijo en 1955:
hay que sacar el corazón a la calle, para que sienta en la
calle. También le
escuché decir algún día que uno de sus paseos predilectos
es ir a la calle y
observar. Y es justamente en 1955 cuando empieza a publicar
sus libros: Los ríos
han crecido, luego Por todos los silencios, Afuera las
estrellas, Pasa el
viento, El mundo es una calle larga, Memoria del viento,
Estación desconocida,
Los héroes perdidos, Señales en la sombra, La
sombra en el muro, La
poesía de Matilde espinosa, con selección y prólogo
de Guillermo Martínez.
Al escucharla hablar
se siente la voz futurista, la conciencia colectiva. La obra
de Matilde Espinosa es
el puente que teje la poesía con la historia del sentir
humano de un país que
a pasos de gigante tropieza entre el dolor, la agresión
Conocí a Matilde por
esas casualidades, cuando uno va revisando y el azar
le brinda un tesoro
que llama desde un libro y uno se deslumbra y se deja
atrapar por ese gran
brillo. He abordado la obra de esta gran escritora desde
finales de los
ochentas y desde entonces, puedo releerla todos los días con
la seguridad de llegar
siempre a la creación renovadora. Tengo –o debo decir
tuve- la fortuna de
contar con su amistad y su sabiduría.
Me confieso lectora
que ha aprendido a través de sus libros a degustar cada
palabra, cada
silencio, la decantación de cada imagen y el contenido profundo
que aflora de sus
páginas.
Basta con darse la
oportunidad de abrir una de sus páginas para apreciar la
gran capacidad
renovadora de la poesía, cada estrofa es el equivalente a una
imagen y acaso algunos
de sus poemas son una sola imagen. Siempre el sentir
humano, siempre la
conciencia colectiva.
LOS OCULTOS DONES
Saber callar
en el instante mismo
de la pena
cuando los labios
-roto temblor-
entierran la palabra y
el sollozo.
No recordar el nombre
de quien alguna vez
nos hizo daño.
Ignorar la mirada
que te empaña la hora
de un transparente
día.
Dolerte de la bestia
pequeña y extraviada,
dolerte de su sed.
Abrirle espacio puro
al pájaro que equivocó
su vuelo
y tropezó en tu
espejo.
Escuchar a los niños
como si fueran viejos
y tomar sus palabras
con el gozo infantil
de un recodo lejano.
Saber llegar a tiempo
y colmar de esperanza
la ansiedad del que
espera.
Entender las criaturas
sabiendo que sus
gestos
son el lenguaje claro
que nos descubre el
mundo
que llevamos por
dentro.
Matilde Espinosa, Del libro
Memoria del viento, incluido en la selección
Poesía de dos Continentes.
Publicado Cronopios
El desencanto de
Arturo Alape
En 1980, Arturo Alape
con el empuje que lo caracteriza –¿o debo decir, que lo
caracterizaba?- se
convierte en la columna vertebral de la Unión Nacional de
Escritores, UNE,
Colombia. Allí estaba como Secretario General programando
y respaldando las
iniciativas de los integrantes de la Institución. Entre tanto y
sin respiro escribía,
ante todo escribía y claro, también pintaba sus acuarelas.
El Bogotazo, era su
libro más conocido y sigue siendo parte de nuestra
Colombia con el
testimonio histórico y literario que concentra. Ya se conocía
Las muertes de Tiro
Fijo, junto a tantos cuentos, ensayos y relatos.
En esa década Arturo
Alape fue criticado y señalado por su marcada tendencia
de Izquierda. Yo
conocía al escritor y al amigo, al lector y al contertulio. Se
le veía con su figura
delgada, la gorra café y la mochila con sus proyectos al
hombro. Hacia 1986
surgieron las famosas listas negras en las que aparecían
intelectuales que
fueron desfilando hacia el exilio. En un folleto de los que
se distribuía en
ciertos sectores del ejército y de la policía apareció la foto
de Arturo Alape, con
el nombre de un “Alias” de carácter peligroso a quien
se buscaba
afanosamente. Se insistió en hacer la rectificación en diferentes
medios de
comunicación. Sin embargo, el folleto seguía su rumbo.
Arturo Alape tuvo que
salir, en esa ocasión a Cuba. Por esos años hubo un
desfile constante de
intelectuales hacia el exilio, también yo salí a Hamburgo,
época en que aún se
mantenía la División entre Alemania Federal y Alemania
del Este. Finalizando
la década de los ochentas yo regresaba a casa. Solicité
pasar por Cuba con el
fin de encontrar al amigo y escritor Arturo Alape, Cuba
me negó la entrada a
ese país sin ninguna explicación. Me atrevo a pensar que
fue por mi procedencia
de Alemania Federal.
En 1991 Alape volvió a
Colombia. Por ese tiempo fui elegida Secretaria
General de la Unión
Nacional de Escritores, UNE, Colombia. Ahí estaba yo con
el reto de respaldar
una Institución, cuyo primer presidente había sido Pedro
Gómez Valderrama y su
primer Secretario General Alape.
En 1999 en el
Encuentro Internacional de Escritores ciudad de Chiquinquirá,
después de una gran
jornada de trabajo en instituciones educativas y
culturales, la
Fundación Cultural “Jetón” Ferro, ofrecía una recepción a
los escritores. Había
alegría en el ambiente. Arturo empezó su reflexión y
fue narrando a través
de los viajes el desencanto. Atónitos fuimos testigos
del derrumbe de los
íconos que construye el ser humano. Un silencio casi
horizontal se imponía
mientras él narraba la caída del muro de Berlín en su
mente y en su corazón,
igual que otras tantas realidades del mundo. Esa
noche no hubo brindis.
Las copas quedaron servidas, los rostros entrecruzaron
miradas, las manos se
buscaron y nos unimos en un abrazo fuerte al corazón
Después, Alape
volvería exiliado a Alemania. Allí se encontraría con Ricardo
Benavides, un
colombiano que sabe de Cultura Latinoamericana, con él y unos
cuantos lectores de
literatura hispanoamericana harían un conversatorio en
Hannover, antes de su
regreso a Colombia.
Nos volvimos a cruzar
durante la Segunda Expedición por el Éxodo en
septiembre del 2002 en
los espacios de la Biblioteca Luis Ángel Arango.
Lo volví a ver cuando
grababa un documental con Esteban Pinilla y una
vez más, vi su
desencanto. Ya se imponía con dignidad ante las nuevas
circunstancias de
salud. Entonces me habló de Alemania, de su encuentro con
Ricardo Benavides, de
su hijo Manuel y sus proyecciones, de cómo crecía su
El autor de El cadáver
insepulto, el escritor, el amigo, el hombre que
tantas veces denunció
la violencia, se marcha con sus apuntes a continuar
escribiendo la
historia en otros confines.
Se agolpan los
recuerdos entre presentaciones de libros, tertulias de café,
cuando la Cámara del
Libro ofrecía su espacio y su cordialidad a los escritores,
conferencias en
universidades, eventos en distintas ciudades que permiten el
encuentro de los
amigos y el intercambio de libros.
Casi se sabía que la
noticia llegaría en cualquier instante, sólo que cuando
suena el teléfono a
las 6:00 a.m. del sábado 8 de Octubre de 2006 y miro el
remitente, casi no
quiero contestar. Es él, mi hermano Alonso, para decirme
que la noticia está en
la radio y ahora -ahora- está inscrita en mi corazón.
LILIA GUTIÉRREZ RIVEROS
Bogotá, Octubre 8 de 2006
Publicado Cronopios
El desencanto de
Arturo Alape
En 1980, Arturo Alape
con el empuje que lo caracteriza –¿o debo decir, que lo
caracterizaba?- se
convierte en la columna vertebral de la Unión Nacional de
Escritores, UNE,
Colombia. Allí estaba como Secretario General programando
y respaldando las
iniciativas de los integrantes de la Institución. Entre tanto y
sin respiro escribía,
ante todo escribía y claro, también pintaba sus acuarelas.
El Bogotazo, era su
libro más conocido y sigue siendo parte de nuestra
Colombia con el
testimonio histórico y literario que concentra. Ya se conocía
Las muertes de Tiro
Fijo, junto a tantos cuentos, ensayos y relatos.
En esa década Arturo
Alape fue criticado y señalado por su marcada tendencia
de Izquierda. Yo
conocía al escritor y al amigo, al lector y al contertulio. Se
le veía con su figura
delgada, la gorra café y la mochila con sus proyectos al
hombro. Hacia 1986
surgieron las famosas listas negras en las que aparecían
intelectuales que
fueron desfilando hacia el exilio. En un folleto de los que
se distribuía en
ciertos sectores del ejército y de la policía apareció la foto
de Arturo Alape, con
el nombre de un “Alias” de carácter peligroso a quien
se buscaba
afanosamente. Se insistió en hacer la rectificación en diferentes
medios de
comunicación. Sin embargo, el folleto seguía su rumbo.
Arturo Alape tuvo que
salir, en esa ocasión a Cuba. Por esos años hubo un
desfile constante de
intelectuales hacia el exilio, también yo salí a Hamburgo,
época en que aún se
mantenía la División entre Alemania Federal y Alemania
del Este. Finalizando
la década de los ochentas yo regresaba a casa. Solicité
pasar por Cuba con el
fin de encontrar al amigo y escritor Arturo Alape, Cuba
me negó la entrada a
ese país sin ninguna explicación. Me atrevo a pensar que
fue por mi procedencia
de Alemania Federal.
En 1991 Alape volvió a
Colombia. Por ese tiempo fui elegida Secretaria
General de la Unión
Nacional de Escritores, UNE, Colombia. Ahí estaba yo con
el reto de respaldar
una Institución, cuyo primer presidente había sido Pedro
Gómez Valderrama y su
primer Secretario General Alape.
En 1999 en el
Encuentro Internacional de Escritores ciudad de Chiquinquirá,
después de una gran
jornada de trabajo en instituciones educativas y
culturales, la
Fundación Cultural “Jetón” Ferro, ofrecía una recepción a
los escritores. Había
alegría en el ambiente. Arturo empezó su reflexión y
fue narrando a través
de los viajes el desencanto. Atónitos fuimos testigos
del derrumbe de los
íconos que construye el ser humano. Un silencio casi
horizontal se imponía
mientras él narraba la caída del muro de Berlín en su
mente y en su corazón,
igual que otras tantas realidades del mundo. Esa
noche no hubo brindis.
Las copas quedaron servidas, los rostros entrecruzaron
miradas, las manos se
buscaron y nos unimos en un abrazo fuerte al corazón
Después, Alape
volvería exiliado a Alemania. Allí se encontraría con Ricardo
Benavides, un
colombiano que sabe de Cultura Latinoamericana, con él y unos
cuantos lectores de
literatura hispanoamericana harían un conversatorio en
Hannover, antes de su
regreso a Colombia.
Nos volvimos a cruzar
durante la Segunda Expedición por el Éxodo en
septiembre del 2002 en
los espacios de la Biblioteca Luis Ángel Arango.
Lo volví a ver cuando
grababa un documental con Esteban Pinilla y una
vez más, vi su
desencanto. Ya se imponía con dignidad ante las nuevas
circunstancias de
salud. Entonces me habló de Alemania, de su encuentro con
Ricardo Benavides, de
su hijo Manuel y sus proyecciones, de cómo crecía su
El autor de El cadáver
insepulto, el escritor, el amigo, el hombre que
tantas veces denunció
la violencia, se marcha con sus apuntes a continuar
escribiendo la
historia en otros confines.
Se agolpan los
recuerdos entre presentaciones de libros, tertulias de café,
cuando la Cámara del
Libro ofrecía su espacio y su cordialidad a los escritores,
conferencias en
universidades, eventos en distintas ciudades que permiten el
encuentro de los
amigos y el intercambio de libros.
Casi se sabía que la
noticia llegaría en cualquier instante, sólo que cuando
suena el teléfono a
las 6:00 a.m. del sábado 8 de Octubre de 2006 y miro el
remitente, casi no
quiero contestar. Es él, mi hermano Alonso, para decirme
que la noticia está en
la radio y ahora -ahora- está inscrita en mi corazón.
LILIA GUTIÉRREZ RIVEROS
Bogotá, Octubre 8 de 2006
La lírica de Oscar
Londoño Pineda
Por Lilia Gutiérrez
Riveros
Hace unos años, cuando
apenas llegaba a Lima,
participar en el
Simposio de Literatura Hispanoamericana, me tropecé con el
académico y ensayista Joseph
Vélez, profesor de Estudios Latinoamericanos
la universidad de
Baylor, en Texas. De inmediato nos dimos al placer
de conversar un gran
café mientras disfrutábamos la alegría de volver a
encontrarnos.
Compartimos galletas “cafecitas” horneadas en el Quindío.
Hablamos de sus
libros, de su inquietud por analizar a los escritores
latinoamericanos, con
la firme convicción de respetar la voz de los autores y
de su entusiasmo por
llevarlos a su cátedra de Estudios Latinoamericanos.
Entonces revisamos el
programa con el propósito de acompañarnos, como en
eventos anteriores.
Precisamos las conferencias de cada uno, las ocasiones
y el lugar donde
teníamos que coordinar algunos foros. La sorpresa más
hermosa fue al ver en
el programa la conferencia de Joseph: Tuluá visión
personal, de Oscar
Londoño Pineda. De inmediato le pregunté si se conocían
y por qué su ponencia
sobre la obra de Londoño Pineda. Cuando me dijo que
sólo sabía de su obra,
le insinué: -deberías ir pronto a Colombia, desde ya eres
un gran amigo de
Oscar-.
Durante esas dos
semanas y revisando el trabajo de Joseph Vélez tuvimos
la oportunidad de
cruzar información. El catedrático se refería con gran
entusiasmo a la
narrativa de Londoño Pineda, hablaba de Tuluá como si
conociera
perfectamente sus gentes y sus costumbres. Preguntaba por los
sabores del Valle del
Cauca, por sus fiestas, por su música, por sus bailes.
Contaba historias como
si estuviera caminando por alguna calle de Tuluá.
Claro, todo lo
encontraba en los párrafos subrayados en la obra de este
valluno que en cuanto
a Derecho y Ciencias Políticas y Sociales se las sabe
todas. Egresado de la
Universidad Nacional, alcalde de su Tuluá del alma,
juez y Magistrado de
los Tribunales Administrativos del Valle del Cauca y de
Cundinamarca,
catedrático en unas cuantas universidades e historiador por
devoción. Además Oscar
Londoño cuenta con doble virtud: su fino sentido del
humor y un corazón
donde caben todos los amigos del planeta.
Después de publicar
Los pasos de Egor y Los sobrevivientes del olvido,
había brindado al
público Dudosa historia de un hombre feliz.
A través de los años
recientes seguimos conversando por a través de Internet
con Joseph Vélez, él
en Texas, yo en esta Bogotá de todas las primaveras del
mundo. Entonces le
insinúo acerca de los libros de poesía de Londoño Pineda:
La ciudad cantada y le
agrego -con este libro podrías sentir por ejemplo-, el
sol de mi infancia,
con versos como estos:
...Es el mismo sol de
mi infancia
al que nada lo altera
ni el correr de los
años
ni reconocimientos ni
agravios
ni la muerte que no
cuenta
en su itinerario de
luz.
En el siguiente
mensaje, le cuento a Joseph que en este libro puede encontrar
también Los juegos de
infancia, la antigua iglesia, la casona de Sajonia, podrá
conversar con Doña
Bárbara, que podrá degustar el pandebono caliente,
panderitos de harina y
sentir el sabor del cariño y del afecto del Valle del
Cauca. Le insisto que
puede llegar a La plaza de mercado, allí podrá descubrir
amigos de infancia,
frutas y verduras para las sopas caseras. Además de
unas cuantas sorpresas
más. Le cuento que hallará personas amables prestas
a brindar la mejor
palabra, quizá encuentre oficios diversos y puede quedar
hechizado con las
gentes del campo.
En el mismo mensaje le
digo que tan pronto le llegue el libro escuche Los
sonidos de esa ciudad
que tiene todas las magias, el colegio, La estación
del Ferrocarril, Los
olores, los compañeros de entonces, los maestros de
siempre. Le insisto
que se pase por La librería. Así como los niños Esculcando
recuerdos le digo que
Todo está ahí.
Un nuevo mensaje para
Joseph es para conversar de Las palabras
necesarias, de cuyas
páginas emerge el tono preciso y por supuesto, el
vocablo exacto
enmarcado en el espacio adecuado para que fluya así:
....He hecho claridad
en ti,
que es donde nacen las
palabras de ahora
como raudales de luz
para mi vida
como la música que
siempre quise escuchar
Insisto en que se deje
llevar, entonces aparecerá ese milagro que atrapa y que
envuelve y nos
precipita a volver a mirarnos en el poema:
Ellas se van por todo
el cuerpo
anudan gozos, hacen
hogueras
Las palabras tienen la
culpa de todo
si alguien tiene
culpa.
Sin embargo, en un
nuevo mensaje a Joseph le confieso que el libro que
más me impresiona de
Oscar Londoño es Los silencios reunidos. Allí está
la creación sin
límites, la decantación, la imágenes que se sueltan como
esta: Sólo quedará
escrito sobre la roca/ del tiempo lo que el tiempo/ juzgue
Pero al final le
recomiendo a Joseph Vélez que deguste el libro Las voces
sumergidas, allí está
Siempre el amor, le pido que se detenga en ese poema
y encuentro en ellas
tu alegría,
que es mi alegría
hecha caricia.
Las levo a mi rostro y
son seda,
perfume, brisa
matinal,
Las acerco a mis
labios
y son pétalos
ensayando su vuelo.
Las dejo sobre mi pecho
e inician un recorrido
de olas en ascenso.
Desde la superficie de
la piel
van despertando la
vida
como viento en
turbulencia.
Le pido a Joseph que
se detenga en la parte del libro titulada Siempre el fuego.
Allí Londoño Pineda se
vuelve a jugar la vida con el soneto, con la exactitud
y la precisión. Aunque
sé que el académico Joseph Vélez releerá Siempre el
recuerdo, pienso en
esa capacidad eterna de estar creando algo nuevo que
aparece en el espacio
titulado Siempre los sueños.
No termino de escribir
la nota cuando suena el teléfono, es Joseph diciendo
que vendrá a Colombia,
a caminar por Tuluá y sus sabores, por Tuluá y sus
costumbres, sus
gentes, sus danzas, su diario vivir y me cuenta que ya tiene
subrayado por completo
el libro Las voces sumergidas de Londoño Pineda.
LILIA GUTIÉRREZ
RIVEROS
ligur2200@yahoo.es
Macaravita, Santander,
Colombia. Química y bióloga, campo en el que se ha
distinguido por sus
investigaciones y numerosas publicaciones. Ha cultivado
su talento literario,
en poesía, cuento y ensayo. Libros de poesía: Con las alas
del tiempo, Bogotá,
1985; Carta para Nora Böring y otros poemas, Bogotá,
1994; La cuarta hoja
del trébol, Bogotá, 1997, Intervalos, Bogotá, 2005. Incluida
en estudios y
antologías. Ensayos: La poesía del África Francófona: un lazo
de afecto para
Latinoamérica, Barranquilla, 1994. El sentido de lo humano
en la obra de Matilde
Espinosa, California, State University Dominguez Hills,
Carson, city, 1995, La
mujer en la literatura colombiana, Beijing, 1995; Nuevas
tendencias del arte,
Bogotá, 1996; El sarcasmo en la poesía del Tuerto López,
Medellín, 1996; La
atmósfera caribeña en la literatura infantil, Veracruz,
México, 1997, Detrás
de la Bohemia. Lima, Perú, 2000. Artículos y
comentarios
literarios en revistas
y periódicos.
La tierra prometida de
Winston Morales
Por Lilia Gutiérrez
Riveros
Hace unos días Winston
Morales me dijo: -¿conoces Schuaima? Allí siempre
llueve, hay verdes de
todas las plantas y el canto polifónico de muchas aves-.
Por el tono de su voz
y la pausa al pronunciar ese nombre intuí que la tierra
prometida de su
calidad poética residía en ese mágico espacio donde toda
abundancia es posible
para los ojos, los oídos el olfato y la piel de quien
camina y empieza a
recoger la cosecha de los universos concentrados en las
páginas donde fluye la
lluvia cristalina, rítmica y amorosa de Schuaima.
Había visto su calidad
narrativa en Dios puso una sonrisa sobre su rostro, la
novela ganadora del
Premio IX Bienal de novela José Eustasio Rivera, donde
la imagen y el vuelo
poético se lanza a cualquier espacio y distancia. Se tiene
la impresión a veces
de que los personajes logran atrapar al mago del vuelo
para que regrese a
tierra firme. El embrujo de entrar en universos paralelos,
el macro y el
microcosmos y, como parte de lo tridimensional encontrar lo
cotidiano. El amor y
la muerte en estrecha relación. La muerte, las múltiples
muertes que afloran
cuando se está frente a un cadáver: La muerte ronda al
hombre, camina por los
pensamientos que creemos nos hacen libres de ella.
De hecho, se escoge a
la muerte...
Después, cuando suena
ese disco Politik, sobre el que surge esta expresión:
¿qué son cinco minutos
con dieciocho segundos para un organismo
viviente como el
hombre? Todo y nada. En esa percepción de tiempo se
cierran todas las
puertas posibles de la materia, pero se abren los postigos
ultraterrenos de un
supratiempo que lo abarca y lo comprende todo... Y
luego el personaje de
la hija que escribe desde diversos lugares de Irlanda
estableciendo el lazo
que une esos universos.
Con Winston y sus
personajes coincido en los gustos musicales, en los
contemporáneos y muy
especialmente con los compositores de todos los
tiempos: Wagner,
Mozart, Rachmaninov y otros cuantos que se instalan en
mitad del corazón. Yo
también creo que la vida sin música no vale. Coincido
en su manera de ir al
deleite del silencio, aquel que comparten las hojas y
los tallos que elevan
sus dones acompañando los caminos; al silencio que
se abstiene de la
discusión, que de antemano sabe de una batalla perdida,
desgastante y absurda;
al silencio capaz de abstraerse del ruido de las horas
del tiempo alquilado;
al silencio sagrado, al sagrado silencio que permite el
encuentro de la
expresión fresca y libre.
Oigo una vez más a
Winston y me contagia de ese amor sin límites por ese
espacio donde logra el
máximo encuentro con la palabra. De inmediato me
sorprende. Desde
Schuaima llega Summa poética con el subtítulo antología
personal, entonces me
cuenta que es Comunicador social y periodista con
un Magíster en
estudios de la Cultura, mención Literatura Hispanoamericana,
Universidad Andina Simón
Bolívar, Quito; que ha ganado los concursos de
nacionales de poesía
de las universidades del Quindío, en el 2000, el de la
universidad de
Antioquia en el 2001 y el de la Tecnológica de Bolívar en el
Entro en sus páginas y
confirmo su gran dedicación y constancia. Entonces
es posible leer y
escuchar la poesía, porque el ritmo, la cadencia, el vuelo y la
expresión de Winston
alcanzan dimensiones que solo se lograrían en la “tierra
La antología está
integrada por Aniquirona,
memorias de Alexander
de Brucco.
Por alguna razón que
me llama desde la abundancia de ese paraíso me quedo
De regreso a Schuaima,
y
Siempre llueve en
Schuaima
siempre ese
precipitarse de los cielos a la Tierra.
Me abrazo a los
chorros monocordes de los ríos
y los cansancios de mi
cuerpo se mitigan
por el beso polimorfo
de estas lluvias.
Siempre llueve en
Schuaima
y los follajes de los
fresnos
-igual que los patos
en parvada-
bajan cantando por el
ayuntamiento y sus orillas
y los sinsontes se
pegan a mi boca
como los hilos
luminosos de una estrella.
Siempre llueve en
Schuaima
y uno aprende a querer
esta lluvia estrepitosa
uno se acostumbra a su
desnudez de ropas
a su delirio de
doncella
a sus pezones grises,
de donde mana una agua
inescrutable
que moja y contagia de
pureza
hasta los precipicios
de la muerte.
y uno sumerge la
cabeza contra el viento
y la lluvia llega como
un tumulto de palomas
a anidar en nuestras
ramas los próximos veranos.
Siempre llueve en
Schuaima
siempre los espejos y
cristales
descendiendo de las
noches desarmadas
y un resplandor
inamovible
se deposita en
nuestros hombros
y una queja luminosa
llamea por los bosques
y unos pájaros de agua
proclaman la grandeza
de esta Terra.
Antes de terminar de releer
el libro tengo el morral listo porque mañana, antes
que el sol empiece a
vigilar los caminos emprendo mi viaje a Schuaima, la
tierra prometida, el
espacio sagrado que Winston Morales encontró para la
LILIA GUTIÉRREZ
RIVEROS
Ligur2200@yahoo.es
Macaravita, Santander
Colombia. Química y bióloga, campo en el que se ha
distinguido por sus
investigaciones y numerosas publicaciones. Ha cultivado su
talento literario, en
poesía, cuento y ensayo. Libros de poesía: Con las alas del
tiempo, Bogotá, 1985;
Carta para Nora Böring y otros poemas, Bogotá, 1994;
La cuarta hoja del
trébol, Bogotá, 1997, Intervalos, Bogotá, 2005. Incluida en
antologías y estudios
críticos. Algunos poemas traducidos al inglés, al francés,
al portugués y al
chino. Ensayos: La poesía del África Francófona: un lazo
de afecto para
Latinoamérica, Barranquilla, 1994; El sentido de lo humano
en la obra de Matilde
Espinosa, California, State University Dominguez Hills,
Carson, city, 1995, La
mujer en la literatura colombiana, Beijing, 1996; Nuevas
tendencias del arte,
Bogotá, 1996; La atmósfera caribeña en la literatura
infantil, Veracruz,
México, 1997 El sarcasmo en la poesía del Tuerto López,
Medellín, 1996, Detrás
de la Bohemia. Lima, Perú, 2000....
Los años extraviados
de José Luis Díaz-Granados
Por Lilia Gutiérrez
Riveros
ligur2200@yahoo.es
En estos días
estupendos, cuando Bogotá respira un sosiego de vacaciones,
los cerros se despejan
y hay sol, suficiente sol, yo los invito a salir, a caminar
de manera
descomplicada, con traje sencillo, zapatos planos, con ganas de
disfrutar un helado,
ahí por el barrio Palermo, la calle 45, llegar a la Soledad
y pasar al Park Way,
tomar un descanso en alguna de esas bancas bajo los
árboles, sin que el
afán se cruce por la mente.
Si usted es hombre,
puede darse la oportunidad de sentirse el adolescente
Faustino Almaguer,
quizá tenga la suerte de encontrar el gran amor de su
vida timbrando
equivocadamente en la puerta de una de esas casas, de cuyos
jardines salen algunos
geranios y novios con sus colores vivaces envueltos en
la espesura de su
follaje. Quizá tenga la oportunidad de tropezar incluso con el
amor idealizado que
camina con los posibles suegros. Si tiene la sagacidad de
no presentarse como
“poeta varado”, ante su asombro estará la posibilidad del
comienzo de un gran
noviazgo.
Es probable que para
el siguiente encuentro con ese amor idealizado se pueda
vestir con el mejor
traje, de corbata, los zapatos muy bien lustrados -como
buen cachaco-, que el
frasco de loción quede desocupado y que por supuesto,
ensaye su mejor
sonrisa y algunas frases frente al espejo, antes de salir
puntual a vivir ese
momento espléndido.
Si usted es mujer,
puede soñar que es Dinorah, lucir el uniforme de
adolescente con todos
los dones de la juventud y en ese caminar por la Bogotá
soleada, es probable
que se encuentre con los ojos soñadores de un apuesto
galán de nombre y
porte parecido al de Faustino Almaguer. Es posible que
él se convierta en el
protagonista de su vida y de ese momento en adelante,
tomados de la mano
empiecen a recorrer las páginas de la novela Los años
extraviados de José
Luis Díaz- Granados.
Junto a los amigos del
grupo de Palermo tendrá la oportunidad de conocer
al Gabito de los años
sesentas, visitar la casa de la tía Dilia y conversar con
Margarita Márquez.
Yo tuve la suerte de
encontrar esta novela. Venía envuelta en una sonrisa
y un lazo químico casi
imperceptible. Este regalo es el mejor presagio para
asumir la nueva
fracción de tiempo en esta Bogotá soñadora que despeja las
montañas para que los
caminantes deleiten sus mañanas.
Los milagros existen y
esta novela es la mejor prueba, José Luis apenas se
vuelve a instalar en
Colombia, después de un exilio de más de cinco años y de
repente sorprende con
este libro firmado en La Habana, publicado por Planeta.
Me pregunto cómo logró
escribir esta novela plena de alegría, donde se respira
especialmente el
barrio Palermo de la Bogotá de los años sesentas, sus calles,
sus tejados, sus
jardines, el río Arzobispo, el Centro Nariño, Chapinero, la
iglesia de Lourdes, la
iglesia de Santa Teresita y otros tantos lugares y calles.
Estudiantes dueños de los
espacios y de la vida, los jóvenes de bachillerado
del Gimnasio Boyacá,
aprendiendo una que otra asignatura mientras avanzan
en su adolescencia.
Las jovencitas con sus uniformes y la sonrisa poblando las
mañanas de alegría.
Son jóvenes que van
descubriendo las tabernas, entre escuchar música de
los Panchos, una que
otra melodía tropical, hablan de política, de cuanto le
ocurre al país, de
literatura y claro, de los amores y de las posibles conquistas.
Aparece entonces el
Gabito García, con quien Faustino sostendrá una
excelente amistad
En la primera página,
en el primer renglón, ya aparece el amor de Faustino
Almaguer Si pudiera
olvidar a Dinorah. Si pudiera olvidarla... Desde luego,
a través de la
historia encontraremos otros amores del precoz y eterno
enamorado, precoz
también como escritor, cuyo abuelo materno es samario
conservador, católico
y veterano coronel.
Don Venancio, amigo
del coronel es el profesor de literatura de Faustino en el
Gimnasio Boyacá.
Combina de manera armoniosa el hecho de dictar una clase
recitando los versos
del Arcipreste de Hita, cuando se le interrumpe para que el
profesor explique cómo
se prepara el arroz con camarones en Barranquilla. Y
entonces se encuentra
la gran respuesta ...porque la culinaria es un arte, como
la poesía o la
pintura...
Tomados de la mano
como una pareja que sueña pueden ir al Centro Nariño, a
casa de Dilia
Caballero de Márquez, que vive con su hija Margarita, ellas serán
el puente de esa gran
amistad con Gabito. Ellas dirán: ¡llegó el poeta con su
novia! Dilia les
mostrará las entrevistas y los comentarios que aparecen en los
periódicos acerca de
Gabito, en ese momento cuentista y periodista.
Si usted se siente
Faustino, sentirá la obsesión por escribir poemas y una
novela sobre un
caudillo, quizá piense en un título como Pedro Lucas Roncallo,
y el país. Sin
embargo, Faustino, el adolescente reconoce ...tenía disposición
para escribir, pero
todo era a un mismo tiempo ansiedad, dispersión,
inseguridad y alegría
febril.
Podrá leer junto a
Faustino
encontrarán frases
como estas: Yo no tomo licor sino cada siete años... Estudié
derecho uno o dos
años, pero no me acuerdo de nada porque en las clases me
la pasaba escribiendo
cuentos.
Una emoción similar o
superior al encuentro del amor idealizado, aparece en
el rostro de Faustino
cuando la tía Dilia le ofrece la posibilidad de conocer a
Gabito, vuelve a lucir
el mejor traje y su mejor disposición para el encuentro.
Lo ve por primera vez
en persona. Gabito vestido con un buzo negro de lana
gruesa y una pipa en
los labios.
Una novela plena de
alegría, de ternura, de anécdotas, de alusiones caribeñas,
literarias y amores,
muchos amores, junto a la conversación con Gabito García,
es el regalo que
ofrece José Luis Díaz-Granados para comenzar el 2007.
Después de haber
publicado los libros de poesía: El laberinto, 1968-1984,
Cantoral, 1992, Poesía
dispersa, 1994, Rapsodia del caminante, 1996, Oficio
terrenal, 1998 y el
libro de las visiones, 2000, que se encuentran reunidos
en un volumen con el
título La fiesta perpetua, obra completa 1962-2002.
Con esa dedicación, la
permanente dedicación, también publica las novelas:
Las puertas del
infierno, 1986, El muro y las palabras, 1994, el esplendor del
silencio, 1997;
Omphalos, 2003 y La muñeca nocturna, 1996. Además José
Luis Díaz-Granados
abre las puertas y tiende la mano a los escritores de todos
los tiempos. Su
generosidad vuelve a abrir el corazón como hace algún tiempo
abría la Ventana al
libro cada semana.
Salgan a disfrutar la
ciudad, Bogotá brinda sus espacios para ser
reconquistados, salgan
con la alegría de Faustino Almaguer
por supuesto, con los
amigos del grupo de Palermo, existen sitios para tomar
algunos recortes del
Gabito de 1955 donde
el café, quizá una taberna,
pero ahora –ahora- se puede incluso leer en los
parques bajo el sueño
de los árboles.