FRUGAL HIPOCRESÍA
Por: Alonso quintín.
Cada riso de sol emana de los frutos
un suave aroma embriagador;
sabor a guayabas, habanos y guanábanas,
una incierta aseveración de dulces gustos.
El comprador inicia el regateo
y la minucia del billete falso,
como si una moneda embalsamara el precio
en una explosión de ofertas y demandas
y una cacería de feria y falsedades
se alzara de insomnes mercaderes.
La gente pasa borrando la existencia
tras ese breve batir de vanidades,
vestigio de lejanos sacrificios.
Con mirada extraviada y el oropel de un sabio
un melifluo caminante a preguntar, acaso se detiene,
sin saber que en esto de la oferta y la demanda
gana el que sabe sabe guardar su hipocresía,
que el dinero es asunto de un pequeño día
y todo termina en la impronta destacada
de un villano vestido de señor,
insolente depredador de las partidas.
En este bazar sofisticado
unos aprenden el oficio de villanos
y otros pagan al por mayor su novatada
eso anuncia el gran prestidigitador de la contienda,
el insomne cabalero.
Juego detestable de negociante y comprador
y la víctima de siempre: el consumidor
se retuerce en sus calzones,
cuando sale la papa con polillas
y la lechuga con sabor a pollo,
pues de tanto pasar de mano en mano
no se sabe, señor, a qué atenerse
si el dinero, de resultas cuesta tanto
y esta baratija de comprar en el mercado
solo es una burla
del derecho de sabernos engañados
en un mundo de locos y avivatos
que unos compran por el placer de comprar
y otros venden con la esperanza de engañar.
Mercaderes del mundo,
qué poco sabéis de cortesanos.